sábado, 28 de abril de 2018










"DICHOSA EDAD Y SIGLOS DICHOSOS
A QUIEN LOS ANTIGUOS PUSIERON
NOMBRE DE DORADOS"


ARTÍCULO DE OPINIÓN.


Raúl Amores Pérez



      Han pasado tres días desde que conmemorábamos la muerte de Cervantes, cuando nos hemos encontrado con la sentencia de la “manada de los sanfermines” agitando nuestra alma.

      ¿Y qué tiene que ver una cosa con otra? La correspondencia que voy a hacer es obligada y precisa, puesto que algunos juzgadores dan clara muestra de que, en toda su vida, no sólo no han leído sino aún hojeado “El Quijote”.  Sólo cuando comenzamos a admirarnos por tan magnífica obra, llegamos a descubrir que, efectivamente, hay en ella tantas y tantas cosas hermosas…, que no podríamos creer que incluso contiene un verdadero manual de civismo y profundización en valores sociales. Sólo quienes lo han leído y releído, han visto los cantos de libertad, justicia, tolerancia, solidaridad, etc., que hay en él. Pero, ante todo, el gran canto de defensa de la libertad de la mujer que nadie como él ha sabido hacer (y menos en momentos de misoginia extrema como la que él vivió).

      En efecto, los personajes femeninos de Cervantes son todos libres, sin ataduras ni a los hombres ni las leyes que ellos han creado (aquí uso el término “hombre” como persona humana masculina). Y un canto de añoranza de aquella “dichosa edad dorada”, verdadero Paraíso, en la que los hombres vivían con arreglo a la naturaleza, sin propiedad privada (“los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes”), en concordia y paz (“todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia”), sin artificios ni engaños (“no había la fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen”), iguales y libres, en donde la ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar, ni quién fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señora, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen”…  Todo esto, sí, está en nuestra obra (“El Quijote”, Iª Parte, capítulo XI), canto que nuestros jueces desconocen.

      Sócrates abominó de los sofistas, retóricos embaucadores que se formaron para aprender a mentir y tergiversar la realidad con el arte de la erística, con la técnica capaz de persuadir y convencer sobre lo que no era en sí.  Y nuestro sistema judicial se articula en virtud de este sistema, tan viejo como contrario al término Justicia, puesto que se basa en el arte de ganar un juicio, independientemente de la verdad o falsedad de los argumentos y elementos aportados por las partes.

      ¡Ah, Schopenhauer y su “El arte de tener siempre razón”!: “La dialéctica erística es el arte de discutir, pero discutir de tal manera que se tenga razón tanto lícita como ilícitamente –por fas y por nefas- . Puede tenerse ciertamente razón objetiva en un asunto y sin embargo, a ojos de los presentes y algunas veces también a los de uno mismo, parecer falto de ella […]. ¿Cuál es el origen de esto? La maldad natural del género humano. Si no fuese así, si fuésemos honestos por naturaleza, intentaríamos simplemente que la verdad saliese a la luz en todo debate”.

      En efecto, nuestro sistema judicial se basa en que tres, cuatro o más partes (unos abogados, más o menos capaces para contender  en la palestra de la dialéctica), deben hacer ver (que no evidenciar, resalta), con el apoyo o contra la exposición de un fiscal (supuesto vocero imparcial del conjunto de los ciudadanos, del Estado, pero que también tiene criterio y opinión propia) que sus argumentos (más que pruebas, puesto que a entender de unos u otros serán procedentes, fundamentales, o no) son los idóneos para que un juez (elevado en su grada de autoridad, que nunca es neutral, que tiene también opinión, hace apreciaciones y valoraciones, y, a la postre, impone…, por lo que de ciego nada de nada), supuestamente, arbitre en virtud de una leyes que se suponen que son las que nos hacen más sociables y más humanos. Sócrates, pues, tenía razón, al considerar que hacer parecer justo lo que era injusto, era la mayor de las injusticias. Este es el arte de la mentira, por muy “legales” que sean sus resultados. Las leyes pueden ser injustas muchas veces, la historia nos lo ha demostrado. Y en este caso, opino (también aquí yo puedo llegar a ser calificado de subjetivo) que lo han sido. No quiero ser como esos cómplices que mirando hacia otro lado dicen “acatamos la sentencia”, que son igualmente unos falsarios que cometen injusticia. No soy un borrego que agacha la cabeza y con un ¡ea! y encogimiento de hombros lo dejan todo correr. No. Yo me siento indignado y si tú también, lo que debemos tratar de hacer es intentar cambiar esas leyes que conducen a tantas posibles interpretaciones. Siempre, lógica y expresamente, por los cauces de democracia.

      Reconocer la sentencia que “las prácticas sexuales se realizaron sin la aquiescencia de la denunciante en el ejercicio de su libre voluntad autodeterminada", que hubo una “radical desigualdad en cuanto a madurez y experiencia en actividades sexuales de la denunciante y los procesados" y que “la denunciante reaccionó de modo intuitivo; la situación en que se hallaba producida por la actuación dolosa de los procesados y los estímulos que percibió, provocaron un embotamiento de sus facultades de raciocinio y desencadenaron una reacción de desconexión y disociación de la realidad, que le hizo adoptar una actitud de sometimiento y pasividad, determinándole a hacer lo que los procesados le decían que hiciera"… ; todo esto, digo, no ha sido causa objetiva para considerar los hechos expuestos, que se consideran probados, suficientes para calificar  esta nefanda acción de la manada de lobos (¡Ah, Hobbe, tú y tu “homo homini lupus”!) como violación… porque no se resistió lo suficiente… Abusar…, sí, abusaron, pero no la violaron porque…  no se resistió lo suficiente. Razonamiento machista, paternalista y cautivo por esclavista y cosificador.

      ¿Acaso no es necesario que clamemos como Dorotea lo hizo en “El Quijote”, ante los abusos de los hombres, que clamaremos como “La Gitanilla”: «Estos señores bien pueden entregarte mi cuerpo; pero no mi alma, que es libre y nació libre, y ha de ser libre en tanto que yo quisiere»? Toda mujer es libre, hasta para decir NO y, cuando se dice NO, es NO, sin matices ni interpretaciones. Todo es cuestión de empatía, con nuestras hijas, compañeras, con la mujer toda… Y de justicia, no de “legalidad” a secas.

      ¡Ah, si estos señores hubiesen leído “El Quijote”.

Raúl Amores Pérez