EL MONO QUE SE CONVIRTIÓ
EN DIOS
«Hace 70.000 años, ‘Homo
sapiens’ era todavía un animal insignificante. Pero en los milenios siguientes
se transformó en el amo de todo el planeta y hoy en día está a punto de convertirse
en un dios, al adquirir no sólo la eterna juventud, sino las capacidades
divinas de la creación y la destrucción».
Así
concluye ‘De animales a dioses’, una obra monumental en la que el historiador
israelí Yuval Noah Harari explora las claves del éxito evolutivo de nuestra
especie. EL MUNDO entrevista al autor de un fenómeno editorial que ya se ha traducido
a 20 idiomas y llega ahora a las librerías españolas.
Por
Pablo Jáuregui
44 EL MUNDO. MIÉRCOLES 17 DE SEPTIEMBRE DE 2014
EM2 / CIENCIA
«Nunca convenceremos a un mono para que
nos dé un plátano con la promesa de que después de morir tendrá un número
ilimitado de bananas a su disposición en el cielo de los monos».
Para Yuval Noah Harari
(Haifa, Israel, 1976), la diferencia crucial entre el primate humano y todos los
demás animales de la Tierra es que los sapiens no sólo son capaces de imaginarse
cosas que nunca han visto, tocado ni oído, sino además de convencer a muchas
otras personas de que sus fantasías (por muy descabelladas que sean) son
verdad. Cualquier chimpancé puede avisar a sus compañeros de manada sobre un peligro
con un alarido específico que significa: «¡cuidado, un león!». Sin embargo,
gracias a lo que este historiador israelí denomina «la revolución cognitiva»,
sólo los sapiens adquirieron la capacidad para inventar y proclamar la
existencia de algo tan falso como extraordinariamente poderoso: «el león es el
espíritu guardián de nuestra tribu». Para Harari, esta insólita capacidad para
inventar ficciones y, sobre todo, para transformarlas en mitos compartidos por
miles e incluso millones de personas, es la clave fundamental para explicar por
qué «un simio insignificante» se convirtió en «el amo del planeta».
En De animales a dioses (Debate/ Edicions
62), la monumental, provocadora y brillante Historia de la Humanidad que acaba
de llegar a las librerías españolas tras vender más de 300.000 ejemplares en
Israel y traducirse a más de 20 idiomas, Harari disecciona el gran «arma
secreta» de nuestra especie: su insuperable capacidad para el autoengaño
colectivo. «Un gran número de extraños puede cooperar con éxito si creen en
mitos comunes», explica a EL MUNDO el profesor de Historia de la Universidad
Hebrea de Jerusalén, formado en Oxford. «Y ésta es la razón por la que los sapiens
dominan el mundo mientras las hormigas comen nuestras sobras y los chimpancés
están encerrados en zoos y laboratorios».
Hoy, a principios del siglo XXI, Harari está
convencido de que nuestro poder es tan inmenso que incluso estamos adquiriendo
las capacidades que tradicionalmente se han atribuido a las deidades de las religiones:
«Cuando digo en el título que somos animales convertidos en dioses, lo digo en
un sentido muy literal. En el siglo XXI, gracias a los avances de la ciencia y
la tecnología, estamos a punto de apropiarnos de poderes que siempre se han
considerado divinos, como la creación de vida, la eterna juventud, la transformación
de nuestra propia naturaleza genética e, incluso, la capacidad de leer la mente
mediante cerebros conectados por ordenadores». Pero la gran pregunta con la que
se ha atrevido este historiador israelí en su libro es: ¿cómo hemos logrado
todo esto en menos de 100.000 años, un minúsculo suspiro, si tenemos en cuenta
los 3.800 millones de años que han transcurrido desde la aparición de los
primeros seres vivos de nuestro planeta? Para Harari, la respuesta está clara:
a diferencia de las manadas relativamente pequeñas de simios o de los clanes de
neandertales, nuestra especie ha sido la primera capaz de forjar inmensas redes
de cooperación a gran escala: tribus, iglesias, ciudades, imperios, naciones,
organismos supranacionales, multinacionales globales... Pero nada de esto hubiera
sido posible si los sapiens, como todas las demás especies, sólo pudieran
transmitir información sobre cosas que realmente existen, como el peligro de
los depredadores o los árboles donde crecen frutos.
La
verdadera clave de nuestra supremacía, según el exhaustivo relato que ofrece Harari
en De animales a dioses, es que únicamente nuestra especie es
capaz de inventar (y sobre todo de compartir a escala masiva), relatos
imaginarios sobre entidades que sólo existen en nuestra fértil mente creativa,
desde «el pueblo elegido de Dios» o el «espíritu del pueblo», hasta «la nación
libre y soberana» de los estados modernos. «Los mitos son el motor más poderoso
de la Historia de la Humanidad, porque han permitido y siguen permitiendo la
cooperación de miles y hasta millones de personas. Si examinas cualquier caso
de cooperación a gran escala, comprobarás que siempre está basado en algún tipo
de relato imaginario. Las personas no tienen ningún instinto para cooperar con
extraños y, por tanto, la colaboración en grandes grupos de individuos que no
se conocen personalmente entre ellos siempre se basa en ficciones.
Cuando un mito colectivo tiene éxito, su poder
es inmenso porque permite a millones de extraños cooperar y trabajar juntos
hacia objetivos comunes», explica Harari. Hasta tal punto esto es cierto, según
el historiador israelí, que desde su «revolución cognitiva», los sapiens,
de hecho, viven en una «realidad dual»: por un lado, la realidad objetiva de
los leones y los árboles, sobre la que también se comunican muchos otros
animales; y por otro, la realidad imaginada de dioses y espíritus tribales,
ficciones que sólo entienden los imaginativos sapiens, la especie más
cuentista, y por eso mismo –según Harari– la más poderosa.
Hoy, conceptos como «el
pueblo elegido de Dios» o «el espíritu de la patria» pueden sonar arcaicos, y
quizás muchos piensen que la tesis de Harari sólo sirve para explicar las
sociedades humanas del pasado, o las más retrógradas del mundo actual. Sin
embargo, el historiador israelí considera que hoy, la importancia de los mitos
colectivos para mantener la cooperación humana a gran escala sigue siendo igual
de importante, aunque ahora las ficciones dominantes, al menos en los países
occidentales, sean no sólo las de las viejas naciones, sino los ideales del
«progreso», «la libertad», las «leyes del mercado» o los «derechos humanos», conceptos
que para Harari son «igual de ficticios que los antiguos dioses» y «no existen
en la naturaleza, sino tan sólo en nuestra propia imaginación». «Si
intentáramos agrupar a miles de chimpancés en la plaza de Tiananmen, Wall
Street, el Vaticano o la ONU, el resultado sería el pandemonio, pero hoy los sapiens
se reúnen regularmente a millares en todos estos lugares», escribe Harari
en su libro. «La verdadera diferencia entre nosotros y los chimpancés, tanto en
el pasado como hoy mismo, es el pegamento mítico que une a un gran número de individuos,
familias y grupos. Este pegamento nos ha convertido en dueños de la creación».
«La
colaboración humana a gran escala ha sido posible gracias a nuestra
extraordinaria capacidad para inventar mitos colectivos como ‘el espíritu de la
tribu’».
«Vivimos
en una realidad dual: la realidad objetiva de leones y árboles, y la realidad
imaginada de ficciones como dioses, naciones y leyes del mercado».
«Lo
que nos diferencia de los chimpancés es el pegamento mítico que une a grandes grupos
de individuos y nos ha convertido en los reyes de la creación».
«Ni
la revolución agrícola, ni la científica, ni la industrial hubieran sido
posibles sin la colaboración entre millones de personas unidas por ideales comunes».
«El
éxito evolutivo de nuestra especie se debe a que miles y hasta millones de ‘sapiens’
son capaces de cooperar aunque no se conozcan entre ellos».
El historiador israelí
no niega la importancia de otras habilidades humanas que también fueron
determinantes a la hora de explicar nuestro éxito evolutivo, como la capacidad para
fabricar y usar utensilios, que posteriormente nos llevaron a las otras grandes
revoluciones en la Historia de la Humanidad: la agrícola, la industrial y la
científica. Pero Harari insiste que todas estas grandes transformaciones jamás
hubieran sido posibles sin que primero miles y después millones de extraños
colaboraran juntos y estuvieran dispuestos a sacrificarlo todo, incluyendo sus
vidas, por la colectividad. «Einstein era mucho menos diestro con sus manos que
un antiguo cazador-recolector. Sin embargo, nuestra capacidad de cooperar con
un gran número de extraños ha mejorado de manera espectacular», explica el
historiador. Pero aunque Harari tenga razón y resulte innegable que el
«pegamento social» de los mitos ha sido un factor crucial en el éxito evolutivo
de la especie humana, también es evidente que en muchos momentos de la Historia
y, por supuesto, hoy mismo, las mitologías del sapiens también han provocado
la muerte de millones de personas. No hay más que fijarse en el conflicto
sangriento que se sigue sufriendo ahora mismo en la tierra del propio Harari
entre israelíes y palestinos. Cuando se le pregunta sobre este paradójico lado
oscuro de las ficciones colectivas, tan poderosas y a la vez tan potencialmente
destructivas, el historiador responde: «Si consigues una red de colaboración a
gran escala, necesitas que todos sus miembros se crean la misma historia. Pero
con frecuencia no consigues que toda la gente se crea el mismo relato, y se generan
dos o más grupos, cada uno de los cuales se cree un relato diferente, y con
frecuencia antagónico. De hecho, la mayoría de las guerras en la Historia se
generan por culpa de conflictos generados por relatos antagónicos, y no se
deben a una lucha por recursos». Según Harari, en el conflicto entre israelíes
y palestinos «no hay escasez de comida entre el río Jordán y el Mediterráneo».
El problema es que hay dos comunidades que rigen sus vidas con «mitologías
incompatibles», y de momento «nadie ha sido capaz de reconciliar estas
historias antagónicas con un nuevo relato integrador». Pero en todo caso, a
pesar del innegable potencial destructivo que pueden desatar las ficciones
colectivas, Harari insiste en que siguen siendo indispensables para mantener la
cooperación a gran escala en las inmensas sociedades de sapiens. Sin
embargo, ¿no sería mucho mejor para el futuro de la Humanidad la expansión de
relatos colectivos menos ficticios que los del pasado y más realistas, que
dejaran de invocar a dioses y a otras entidades cuya existencia es
indemostrable? Ante esta pregunta, Harari insiste que «algún tipo de religión
sigue siendo necesaria para el mantenimiento de la cooperación social a gran
escala», aunque su concepto de «religión» incluye no sólo a los «dioses»
tradicionales, sino también a otras ficciones mucho más modernas: «Las
religiones afirman que las normas y las leyes hay que obedecerlas no porque han
sido inventadas por humanos, sino porque viene impuestas ‘desde arriba’. Y cuando
afirman esto, el significado de ‘arriba’ puede referirse a los dioses, o a las
leyes de la naturaleza.
Algunas religiones,
como el cristianismo o el islam, basan la obediencia de las normas y las leyes
en una creencia en dioses. Pero otras religiones, como el marxismo, el
capitalismo o el liberalismo se basan en supuestas ‘leyes naturales’ que sólo existen
en nuestra imaginación». De hecho, para Harari, otro de los dioses de la
modernidad ha sido y sigue siendo «la nación soberana», pero cuando se le
pregunta sobre lo que está pasando ahora mismo en Escocia y Cataluña, le resta
importancia: «Los sentimientos nacionalistas siguen siendo poderosos, pero
muchísimo menos que hace 100 años. Si piensas en la Europa de la I Guerra Mundial,
los franceses, los alemanes o los ingleses estaban dispuestos a sacrificar
millones de vidas por su patria. Pero hoy el nacionalismo en Europa es infinitamente
más débil, ha surgido con fuerza un relato sobre la identidad europea, y apenas
nadie está dispuesto a sacrificar la vida de sus soldados en una guerra como hace
un siglo. Sinceramente, dudo mucho que si Escocia o Cataluña declaran su independencia,
el Ejército británico o español envíe tropas. Ni los británicos ni los
españoles estarían dispuestos a sacrificar miles de vidas por estos conflictos».
Harari tiene claro, en
todo caso, que los grandes problemas que la Humanidad tiene ahora sobre la mesa
son globales, y que ningún estado nacional puede afrontarlos por sí solo. «Hoy,
los desafíos a los que no enfrentamos son planetarios: la crisis económica, el
cambio climático, y los riesgos de nuevas tecnologías como la manipulación
genética, la creación de vida artificial o el desarrollo de algoritmos que van
a hacer nuestro
trabajo mejor que nosotros». Por eso, sin duda lo que nuestra
especie necesita son libros tan valientes como el de Harari, que se ha atrevido
a abarcar la Historia de toda la Humanidad y ofrece un relato mucho más honesto
sobre quiénes somos y de dónde venimos, que las viejas ficciones tribales o
nacionalistas.
De animales a dioses concluye con una inquietante reflexión: «A pesar de las cosas
asombrosas que los humanos son capaces de hacer, seguimos sin estar seguros de
nuestros objetivos y parecemos estar tan descontentos como siempre... Somos más
poderosos de lo que nunca fuimos, pero tenemos muy poca idea de qué hacer con
todo ese poder». Ojalá el éxito mundial de este libro ayude a los sapiens a
orientarse un poco mejor en el laberinto del siglo XXI, para afrontar con mayor
éxito los desafíos del futuro.
«La mayoría de las guerras, como la que enfrenta a israelíes
y palestinos, no son luchas por recursos, sino conflictos entre mitos o relatos
antagónicos».
«Algún tipo
de religión, aunque ya no se base en la idea de un dios sino en ‘leyes
naturales’, sigue siendo necesaria para mantener la cooperación a gran escala».
«La nación sigue siendo un dios poderoso, pero infinitamente
más débil que en la Europa de la I Guerra Mundial, cuando millones se
sacrificaron por la patria».
«Los desafíos del mundo actual, como la crisis económica
y el cambio climático, son globales, y por lo tanto, ningún estado puede
afrontarlos por sí solo».
«Los ‘sapiens’ somos hoy más poderosos de lo que
nunca fuimos, pero estamos tan descontentos como siempre y no sabemos qué hacer
con todo nuestro poder».
El historiador israelí Yuval Noah Harari, autor del libro ‘De
animales a dioses’.
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