Celia Astiz Carranza
presentará en Tarancón su libro
Hace algunas semanas que publicamos un comentario sobre esta autora madrileña con fuertes lazos en Tarancón. Será el próximo día 10 de Marzo, en la Casa de la Cultura de Tarancón, de la mano de la Biblioteca Pública Luis Ríus, su libro EL ARMARIO DE LOS RECUERDOS Y LOS SUEÑOS.
Como muestra de su contenido, avanzamos el prólogo y uno de los capítulos. Es un libro entrañable e intimista que os gustará.
Podréis encontrarlo en Papelería Didak y en Tienda de las Palabras.
presentará en Tarancón su libro
Hace algunas semanas que publicamos un comentario sobre esta autora madrileña con fuertes lazos en Tarancón. Será el próximo día 10 de Marzo, en la Casa de la Cultura de Tarancón, de la mano de la Biblioteca Pública Luis Ríus, su libro EL ARMARIO DE LOS RECUERDOS Y LOS SUEÑOS.
Como muestra de su contenido, avanzamos el prólogo y uno de los capítulos. Es un libro entrañable e intimista que os gustará.
Podréis encontrarlo en Papelería Didak y en Tienda de las Palabras.
PRÓLOGO
Siempre me
ha gustado escribir, pero lo hacía para mí, así daba rienda suelta a mis
sentimientos, a mis pasiones, y me sentía libre de ataduras. Guardaba lo escrito un tiempo, después, lo
confieso, terminaba en una papelera porque no estaba preparada para que ese yo
tan mío, que habitaba entre renglones, viera la luz, fuera conocido por los
demás, se tornara vulnerable, o no se entendiera.
Superadas etapas
de pudor y de miedo, tengo fuerza, también confianza, para caminar entre líneas
por la cuerda floja, en el difícil mundo de las letras, he logrado saltar sin
red y ese yo tan mío ahora quiero y necesito compartirlo.
Casi todo
comenzó con Mi maleta de cuadritos, el
primer relato. La maleta de cuadritos es mi corazón, mi cabeza, o dicho de otro
modo, lo que siento y lo que pienso, visto con los ojos de una niña, yo misma,
que paseaba por las calles de Tarancón, provincia de Cuenca, de la mano de mis
padres, abuela, tíos, y primas. Una maleta con la que he viajado por mi
infancia y adolescencia, salió de un gran armario, —mi vida—, durante mucho
tiempo estuvo allí, y supo esperar paciente a que llegara su momento. Es una
maleta que se abre al mundo, empieza a verter cientos de palabras con las que
se llenan folios, éstos se convierten en historias, a veces reales, a veces
ficticias, o una mezcla de ambas, todas terminan por reescribirse en un
ordenador, y al final se transforman en este libro de recuerdos y sueños.
El armario de los recuerdos y los sueños, se gestó
dentro de mí, como si de un hijo se tratase, fue creciendo en “útero
literario”, donde adquirió forma. Una
vez cortado el cordón umbilical ya tiene
vida propia, lo seguiré queriendo y procuraré mimarlo, me ha enseñado mucho, me
ha llenado de felicidad, de alegría y de paz,
pero no me pertenece, es vuestro, queridos lectores. Vosotros os
acercaréis a él para leerlo, espero que el viaje por estas páginas sea
interesante, entretenido y bonito.
Gracias a
todos.
GARBANZOS NEGROS
¡Qué triste
ser un garbanzo negro! Naces ya sin futuro, de todas partes te echan. Hacen
comentarios crueles, como por ejemplo: «Ese chico es el garbanzo
negro de la familia, los demás han ido a la universidad y el ahí lo tienes, ni
oficio, ni beneficio, una carga para sus padres. Un vago, un desastre ¿cuándo
bajará de las nubes y hará algo de provecho?».
Años atrás
recuerdo que en muchos paquetes de legumbres aparecían piedras, y, sobre todo,
garbanzos negros. Nos eliminaban directamente,
alguno escapábamos y llegábamos
al puchero, pero claro, eso de ser el garbanzo negro del cocido de una familia
bien, daba mucho el cante, así que, destino inmediato: la basura.
He
convivido con todo tipo de cosas en ese sórdido mundo de los desperdicios, restos
de alimentos, muebles y trastos viejos, ¡si yo os contara qué universo hay en
algunos fondos, no precisamente marinos…!, os quedaríais asombrados. A los de
mi especie no nos queda nada por ver, ni por oír. Gente que se deshace de cosas
en perfecto estado, y que otros soñarían con tener. Libros, sí, sí, hay quien
tira libros. Una vez un colega y yo nos leímos: El licenciado vidriera, un
Cervantes, ¡nada menos! Pobrecillo D. Miguel, cuánta miseria hubo en su
vida,¡ y ahora, después de muerto, resulta que es cuando está más vivo…! En
otra ocasión nos lanzaron una enciclopedia de cocina. Aproveché para aprender a
guisar, dejando de lado, el capítulo reservado a las legumbres, yo masoquista
no soy. También he salido en el telediario. En la calle Alcalá, de Madrid, se
cometió un asesinato, un perturbado mental, en un ataque de cólera asesinó a su
madre con un cuchillo, después la descuartizo, y arrojó los restos en diversos
contenedores a lo largo la calle, yo me hallaba en uno de ellos. Salí fuera de
la bolsa de plástico, a respirar un poco, y en ese preciso instante me rocé con
una pierna y un brazo de la difunta. ¡Qué horror!, cuando sentí el frío tacto
de la muerte. No podía gritar el miedo que se había apoderado de mi yo redondo
y negro. La policía encontró los trozos del cuerpo, y yo no perdí ni un minuto,
me fui de allí rodando. Esta experiencia tan macabra ha sido la peor de mi
vida. No obstante gracias a la huida, calle abajo, me quedé una noche a
descansar en un felpudo, en la entrada de un restaurante, tenía pinta de ser muy bueno. No sabía si
habría un mañana o moriría aplastado, estaba agotado, me daba igual, sólo
quería dormir. Tuve mucha suerte. Al despuntar el día, un cocinero abrió la
puerta y me vio con mi cara de asustado, se agachó y me recogió del suelo, como
quien atiende a un herido.
—Parece un
garbanzo negro, ¡qué raro!, —se dijo para sí—, hace siglos que no veía uno.
El buen
señor me llevó a la cocina y me dejó dentro de una taza de cristal. Frente a
mí, un ejército de botes transparentes con legumbres: judías, fabes, lentejas, ¡ah! y mis congéneres, a simple vista no aprecié ni uno negro. La estrella era yo. El dueño del restaurante,
un reputado cocinero, dos estrellas Michelín, no me quitaba ojo, venga mirarme,
me estaba poniendo nervioso y colorado.
Empezó a hablar en su jerga con su mejor empleado, de los platos, las
cocciones, las salsas, los marinados, etc.
—Esto del
garbanzo, —comentó— se me está ocurriendo una idea. Entre nuestras propuestas
culinarias no se encuentran los garbanzos. Se fue, muy pensativo.
—Lo tengo,
lo tengo. Nuestro nuevo plato: «¡Garbanzos negros»!—dijo el dueño y chef—. La
salsa será a base de… —Hubo una pausa, y en ese momento cogieron la taza donde
me habían dado cobijo—. Tostaremos garbanzos, luego los someteremos a un
proceso natural, que ya te explicaré, aquí nada de químicas, así adquirirán una
tonalidad todavía más oscura, y el punto final se lo daremos con la salsa y una
guarnición de lo más vanguardista. —Se pusieron ambos manos a la obra.
—Aquí está.
Vamos a probarlo, ¡ñam!, ¡ñam! —exclamaron—
Buenísimo. Lo incluiremos en el próximo encuentro de gourmets.
Yo lo
presencié todo. El plato decía cómeme, cómeme. La presentación insuperable, el olor, el color y la textura, era una
invitación para el paladar más exquisito. Ese mismo día formó parte de la carta
en un lugar preferente, fue un éxito entre clientes habituales, y nuevos, que
gracias al boca a boca no se lo quisieron perder. Ganó el primer premio en el encuentro de gourmets. Después llegó la tercera
estrella Michelín.
Me siento
muy feliz, la gastronomía madrileña nos ha devuelto la dignidad perdida, nos ha
puesto en valor y ahora nadie desprecia los garbanzos negros. Ya me puedo ir al otro barrio tranquilo. Si
queréis degustarlos, el nombre y la dirección del Restaurante son: Balcón al
Mediterráneo, en el Paseo del Pintor Rosales de Madrid. ¡Ah! por cierto,
hacedlo con tiempo, la lista de espera es grande.
Celia Astiz Carranza