lunes, 2 de octubre de 2017












¿Una última oportunidad para Castilla?

      El texto que sigue, lo hemos extraído de un libro ya agotado, editado por el escritor Madrileño-Alcarreño Juan Pablo Mañueco en plena transición, hace 40 años, en plena polémica por la división territorial de España en autonomías.

      Su libro, cuya portada ilustra este artículo, va precedido de unas líneas de Julio Senador y una introducción del propio Juan Pablo Mañueco. Resulta sorprendente cómo casi todos los temores del escritor, se han ido cumpliendo y cómo Castilla fue troceada para saciar los deseos de otras comunidades llamadas históricas que siempre anhelaron trocear a Castilla para anular su fuerza y su papel como freno a sus ambiciones políticas y territoriales. Hoy contemplamos con tristeza los sucesos de Cataluña y vemos cómo una vez más algunos españoles, y castellanos se unen a apoyar pretensiones ajenas descuidando los amores propios.

      Hemos realizado también un estudio que se incluye a continuación del texto de Mañueco, que muestra cómo fue tejiéndose la maraña de comunidades de variada denominación: “históricas reconocidas sin discusión”, “históricas por autodenominación” y regiones sin más; en esta categoría se encuentra Castilla la Mancha, en la que nadie levantó su voz para intentar corregir la injusta marginación con la Castilla del norte ni contra la felonía de dispersar, trocear y anular a la que fuera la nación más próspera, rica y emprendedora de los diferentes reinos de España allá por el siglo XV, aunque comenzando el XVI, tras la Guerra de las Comunidades contra el Emperador Carlos V, todas las fuerzas anticastellanas, extranjeras e hispanas, se aplicaron  a fondo en combatirla, y también a la Corona de Aragón.



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ASÍ COMIENZA EL LIBRO:



«Los castellanos, separados, no conseguiremos nada; pero unidos : porque, cuando el pensamiento de las muchedumbres es unánime sobre cualquier asunto, se convierte en una entidad abstracta llamada opinión pública a la que nadie se atreve a desafiar.»

Julio Senador



INTRODUCCIÓN:


PALABRAS SOBRE
EL PAÍS CASTELLANO


      Afirmar el carácter específicamente nacional que la Historia ha otorgado a Castilla, debería ser costumbre tan cotidiana y repetida entre nosotros que hiciera innecesaria la tarea de demostrarlo a estas alturas. No obstante, el actual estado de postración en que se encuentra Castilla, nos impone la penosa obligación de comenzar por planteamos cuestiones tan básicas como ésta.
      Ello es particularmente doloroso, puesto que otros pueblos del Estado español han quemado etapas en el camino de recuperar sus señas de identidad colectiva. Nosotros, por el contrario, a pesar de que constituimos sin duda la nacionalidad más evidente del Estado español, y la que mayores y más urgentes reivindicaciones tiene por realizar, nos mantenemos al margen del proceso, como adormecidos o permanentemente derrotados.
      Pero dejémonos de vaguedades y especulaciones, y acometamos frontalmente el tema que nos ocupa: ¿Constituye o no Castilla uno de los países existentes en España?
      Quienes admitan la estructura plurinacional del Estado español, asunto éste que ya apenas se discute, habrán de concluir que Castilla posee todas las características que definen como tal a una nación, es decir: LENGUA Y CULTURA PROPIAS, TRADICIONES AUTOCTONAS, TRAYECTORIA HISTORICA DIFERENCIADA Y COLECTIVA; con una particularidad, la de que Castilla posee dichas notas con mayor intensidad posiblemente que otros países de España, perfectamente reconocidos y «legalizados» ya como tales.
      En efecto, nuestro carácter nacional castellano se presenta mucho más definido, desde cualquier punto de vista que se confronte, que el de otros países de España, los cuales, aun siéndolo, encontrarían mayores dificultades que nosotros para demostrar de inmediato, en toda su plenitud y extensión, las características nacionales que antes mencionábamos.
      Por ello, la demonización de País Castellano referida a Castilla no hace sino reflejar una evidencia que conviene asumir rápidamente.
      Urge hacerlo, porque de esta forma habríamos eliminado la primera y más dolorosa desnaturalización a la que hoy se nos quiere someter a los castellanos. ¿Qué características nacionales tendrá Cataluña –me pregunto–, que no pueda presentar igualmente Castilla, aparte de un super desarrollo económico al que nuestros emigrantes se han visto obligados a contribuir con su trabajo? ¿Qué poseerá Euskadi que no tenga también Castilla, aparte de unos privilegios fiscales y de unos paraísos tributarios de los que indudablemente nos convendría gozar de inmediato? ¿Qué características etnológicas tendrá Galicia, en fin, que no posea de igual modo Castilla, aunque las nuestras no sean reconocidas?
      A nuestro entender, en el Estado español existen, al menos, cuatro nacionalidades diferenciadas por la historia: Cataluña, Euskadi, Castilla y Galicia. Existen, por otra parte una serie de “países catalanes” y un conjunto de “países de lengua castellana”, cuya atribución nacional, en ambos casos, es ciertamente más discutible y difícil de demostrar pero que, de no serlo por sí mismos, lo serían como componentes extraterritoriales de alguna de las comunidades nacionales anteriormente citadas.
      Sin embargo, desde las alturas del poder y desde las mismas alturas de esta oposición bisoña e inexperta que nos ha salido, se postura la peregrina idea de que en el Estado español sólo existen tres nacionalidades: Cataluña, Euskadi Galicia (opinión que es ferozmente defendida por los beneficiarios de dicha situación), siendo lo demás únicamente “regiones” o “zonas” del mencionado Estado.
      Si admitiéramos esa absurda expresión discriminatoria, que tanto se repite últimamente –y que al final nos la han puesto incluso en la Constitución–, de las nacionalidades y regiones del Estado español, se produciría la desconcertante paradoja de que en España existieran 25 millones de apátridas, recién caídos del cielo seguramente, sin nacionalidad ni raíces nacionales conocidas.
      Yo, por el contrario, sé perfectamente cuál es mi País, y desearía que todos los castellanos nos aprestáramos a reivindicar el carácter nacional de Castilla, que hoy discriminatoriamente, como tantas otras cosas, se nos niega.
      Por los motivos que apunto, se me antoja importantísimo, además, que todos aquellos que amamos y sentimos a Castilla nos apresuremos a combatir esas otras expresiones, tan habituales para designarnos actualmente y tan atentatorias para la dignidad nacional de un País que como el castellano desea comenzar a asumirse, cuales son las de “Cuenca del Duero”, “Zona Duero”, “Región Centro”, “Zona Centro”, etc.
      ¿A qué obedecen esas denominaciones geográficas que desde las estructuras oficiales se nos aplican? ¿Qué intereses subterráneos se esconden detrás de ese proceso que pretende rebautizar con epítetos geográficos a un País que ha recibido ya su nombre de la historia? ¿Admitiría Galicia, por poner un ejemplo, la denominación de “zona Miño”? ¿se le ocurriría a alguien llamar a Cataluña la “Región Nordeste”? ¿Aceptaría Aragón ser conocido como el “Centro Derecha”? Estimo que no, so pena de caer en lo grotesco. Por lo tanto, en España, o se hace geografía durante otros cuarenta años, o se hace realidad, respetando los derechos de todas las nacionalidades, sin exclusiones.
     Las despersonalización de Castilla no puede continuar por más tiempo. Los castellanos hemos de ser conscientes de que constituimos y hemos constituido una de las nacionalidades más decisivas de la historia de Europa: la castellana, aunque hoy estemos aplastados nacionalmente y, si se me permite la expresión, Zonificados.
      Por todo ello, urge, como decía anteriormente, que tomemos conciencia de nuestro carácter nacional; urge que sustituyamos la expresión “regionalismo castellano” por el término que le corresponde en propiedad: nacionalismo castellano; y urge, en fin, que impidamos el mantenimiento de esas diferencias discriminatorias del tipo “nacionalidades y regiones del Estado español”, que pretenden compartimentar a los territorios del Estado en estamentos desiguales. Las circunstancias están cambiando rápidamente y aquí las denominadas “regiones” vamos a comenzar a decir muchas cosas que quizá no gusten a las autonombradas “únicas nacionalidades”, tenaces defensoras de sus consolidados privilegios, pero que nos es ineludible plantear urgentemente.
      Y bien, hasta aquí algunas de las razones por las que considero necesario institucionalizar cuanto antes el nombre de País Castellano. En números posteriores iremos revisando otras reivindicaciones (más decisivas por no ser tan básicas) de las muchas que deberá plantear nuestro País ante el Estado español, si realmente desea salir de la postración, del abandono, del olvido y del subdesarrollo –tanto económico como político– en que actualmente se encuentra.

Juan Pablo Mañueco




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Nota de Redacción:

      Han pasado 37 años desde que Juan Pablo Mañueco escribiera este libro; y algunas cosas han empeorado, muy pocas mejorado y los nacionalismos periféricos, no han quedado conformes con las concesiones que se les hicieron a la hora de redactar la Constitución (el debilitamiento y troceamiento de Castilla entre otras y la conversión de España en una nación totalmente asimétrica e injusta).
      Hemos considerado adecuado finalizar este artículo con un somero estudio del proceso autonómico, para facilitar la comprensión del complicado sistema, y facilitar así que los lectores puedan apreciar con más claridad la evolución de las arbitrarias desigualdades con que partió aquel proyecto de país "democrático" y que supuestamente contemplaba una igualdad de derechos y deberes de todos sus habitantes, sobre todo en lo concerniente a los poderes y decisiones que emanan del estado (Constitución Española).



LA ESPAÑA AUTONÓMICA: NACIONALIDADES, COMUNIDADES HISTÓRICAS Y REGIONES

      Comunidades históricas con reconocimiento implícito de nacionalidad –término confuso, pues no existe en la Constitución tal reconocimiento expreso--, se les reconoce más o menos ese derecho a las de derecho foral y a las que en algún momento anterior hubiesen tenido plebiscitos de autodeterminación o autonomía, aunque no se basa en si fueron reinos, sino exclusivamente en el hecho de tener una lengua propia distinta a la del Estado:

      –Cataluña, Constitución de 1978,
      –Galicia, Constitución de 1978,
      –País Vasco, Constitución de 1978,

Comunidades con fueros o régimen especial:

      –Navarra (con fueros históricos),
      –Canarias, 1982 (que tiene un tratamiento fiscal y administrativo especial por su lejanía e insularidad),

Comunidades Históricas añadidas después del 78:

      Los descontentos de varias regiones motivaron los Pactos Autonómicos, que abrirían una nueva puerta al reconocimiento de otras comunidades como “Históricas”. El primero en 1981 entre los dos partidos mayoritarios: UCD y PSOE (siendo presidente Leopoldo Calvo Sotelo). Y el segundo, en 1992, entre PSOE y PP, siendo presidente José María Aznar. Los acuerdos alcanzados en estos pactos, se sellaron exclusivamente entre estos dos grandes partidos y no fueron sometidos al refrendo de las cortes.
      En 1983, se admitió la reclamación de Comunidad Histórica de Andalucía, a partir de un referéndum realizado por la Junta en 1981. Lo que provocó un gran descontento en Aragón, que se manifestó en las calles reclamando el mismo trato (ciertamente, tenía más derecho que Andalucía), y tendría que esperar hasta 1999.
      Siguiendo su ejemplo, y  ya sin argumentos por parte del Estado para negarlos, los obtuvieron otras regiones con diversos y a veces peregrinos argumentos, bajo el extraño nombre de Derecho de Autocalificación” (podrían haber sido todas las regiones e islas), quedando de esta forma:


Regiones autónomas, consideradas históricas por derecho de “Autocalificación”:

      –Andalucía,
      –Aragón,
      –Asturias,
      –Cantabria,
      –Castilla-León,
      –Reino de Valencia,
      –Murcia,

REGIONES autónomas, sin más reconocimientos:

      –Castilla-la Mancha, 1982 (que nunca reclamó nada y sigue sin reclamarlo).
      –Madrid, 1983 (por ser capital del Estado),
      –Baleares, 1983,
      –Ceuta, 1995 (anteriormente dependía administrativamente de Andalucía),
      –Melilla, 1995 (Anteriormente también dependía de Andalucía).

      Y así, quedó definitivamente configurado el actual estado asimétrico, con regiones de primera categoría, de segunda y de tercera.
      De aquellos Polvos, vinieron estos lodos, y si no se afronta seriamente el problema creado, los nacionalismos seguirán creciendo en sus pretensiones, y el resto de comunidades empezarán a reclamar mayor atención y respeto, aunque sólo sea para intentar aproximarse en derechos a las de primera.

      Así que reflexionando sobre lo aquí expuesto, tenemos que repetirnos la pregunta:




¿Puede ser el nacionalismo
la última oportunidad para Castilla?



Auténtica bandera de Castilla antes de la unión
de los Reinos de Castilla y León (nunca fue morada).



P.L.O.
En Tarancón: Opinión y Cultura