domingo, 29 de noviembre de 2020

AMALTEA

 



A MODO DE INTRODUCCIÓN: 

Era frecuente en aquellos tiempos, y se prolongaría hasta los sesenta y tantos, tener animales en la casa que complementaran la dieta familiar, bien con la producción de leche o para el suministro de carne, para aliviar la escasez de proteínas en la alimentación de las familias. Así, era corriente que las casas tuviesen, al menos, un pequeño patio con su correspondiente basurero en el que arrojar las aguas sucias y otras inmundicias, pues por entonces no había alcantarillado en el pueblo, y no lo habría hasta mediados los sesenta. Lo más usual era tener gallinas, conejos, y si quedaba espacio para “la corte” (la pocilga), uno o dos gorrinos (cerdos) y a ser posible, una o dos cabras, a la que se hacía parir un par de veces al año y se les retiraban las crías cuando llegaban a recentales y aún mamaban, para complementar la alimentación de la familia. Al haberse interrumpido la lactancia, para que no dejase de dar leche, se seguía ordeñando a la cabra para temer un suplemento alimentario o para hacer queso. 

NOTA: las palabras señaladas con un asterisco es por haber caído en desuso, al final se explica su significado en el GLOSARIO PARA PALABRAS EN DESUSO.

P.L.O.

 

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 AMALTEA 

      “¡LEÑE con la chota* !Pero qué tozuda está… ¡Al remate no va a dejar ni una sola barba al peludo*! …y que se las manduca que da envidia verla. Lo mismo le pasa con las cáscaras de los piñones, y es que no es delicá para comer…” 

      ¡Pobre cabra! Cada vez que pienso en ti se me nublan los ojos de piedad. Tú, tan resignada, tan humilde, tan insignificante, dentro de un pellejo raído y lleno de mataduras, prestando sumisa tus flácidas ubres para remediar la penuria de aquella pobre familia, ingeniándote siempre para matar el hambre o más bien engañarla. ¡Qué lucha por subsistir en aquellos prolongados inviernos! cuando la reja del arado se quebranta ante el terrón arrecido* por las fuertes heladas. 

      Ni una macolla*, ni tan siquiera un puñado de yerba, ni el consuelo de rumiar un ramujo de oliva que tú veías pasar ante tus ojos suplicantes, para alimentar, parsimoniosamente aquel chubesqui* que hacía las veces de estufa y de fogón para guisar. En cambio tenías licencia para compartir el calorcillo y la humareda de las ramas que te mermaban y pasearte por toda la casa si te apetecía. En aquella habitación se llevaban a cabo casi todas las faenas y necesidades de la familia; había otra, sin embargo, que le llamaban con vanidad ingenua la sala de respeto que estaba casi siempre cerrada. Su mobiliario consistía en una cómoda, unas cuantas sillas, un velador* y un chinero* en un rincón, donde había algunos cacharros, vestigios de días mejores. Colgaban de la pared estampas de santos y unos retratos de labradores de cierto abolengo. 

      Por las noches, los varones velaban arrimados a la lumbre trenzando tomiza* o haciendo pleita*, cachazudos* mientras comentaban los estragos de la filoxera, el tizón y todas las plagas que esquilmaban las cosechas. Las mujeres tejían calceta, recosían ropones de la labranza y los zancajos*, poniendo soletas* de pana en los calcetines para hacerlos durar porque las abarcas los destrozaban sin miramiento. En una pausa, el más ilustrado sacaba de la alacena un folletón mugriento por el sobo de varias generaciones y lo leía deletreando en voz alta. Aunque todos se lo sabían de memoria parecía como si lo escucharan por primera vez, a juzgar por las impresiones que en ellos provocaban. ¡Cómo se enternecían con los episodios de Nuestra Señora de París! ¡Cómo vituperaban contra los malvados enemigos del Conde de Montecristo y del Abate Farías, y participaban enardecidos con las hazañas de los Tres Mosqueteros! Cuando salía algún bostezo de debajo de aquellos pañuelos negros, que llevaban las mujeres cubriéndoles la cabeza, se terminaba la velada. Cada cual se iba donde le tocaba dormir: uno en el camastro de la cuadra para cuidar a las bestias, otro en la banca y los demás en el lecho. La pobre cabra miraba sin comprender. Observaba como alucinada, tal vez soñando con verdes prados y, a sus ubres prendido, con un recental que jamás pudo lograr porque se lo quitaban para no mermar la ración de la familia. 

María Rius Zunón – La Gaveta, V relato. Pág. 31

 

 

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GLOSARIO DE TÉRMINOS EN DESUSO:

*Amaltea: En la mitología griega era una ninfa-cabra que alimentó con su leche al dios Zeus.

*Arrecido: congelado, helado. 

*Cachazudo: Que tiene "cachaza" (parsimonia). 

*Chinero: mueble o alacena donde se guardaban las piezas de porcelana o cristal. En las casas de postín se usaba para guardar la porcelana china.

 *Chota: cría de la cabra mientras mama. Coloquialmente también se llamaba así la cabra.

 *Chubesqui: Especie de estufa redonda y de chapa, que se alimentaba por arriba al no tener tolva, y funcionaba con leña o carbón. Al ser su superficie lisa, se usaba también como hornillo para cocinar.

 *Macolla: Conjunto de flores, tallos y espigas que nacen de un mismo pie. Diccionario R.A.E.

 *Peludo: Alfombra generalmente redonda, afelpada o de esparto trenzado que tiene flecos alrededor.

 *Pleita: Fajas o tiras de esparto trenzado que cosidas con otras sirve para hacer esteras, sombreros, aguarones y otras cosas útiles. Solían trenzarla en las tardes y sonochadas de invierno los agricultores mayores.

 *Tomiza: Cuerda o soguilla de esparto trenzado.

 *Velador: mesita generalmente redonda y de un solo pie que sirve para poner algún adorno o lámpara. Su nombre viene del siglo XVIII, cuando se usaba para poner las velas que alumbraban la habitación, y de ahí viene su nombre.

 *Zancajos: Refuerzo que se cosía al calcetín o peal para que durase más sin romperse por el roce con las abarcas (en Tarancón se les llamaba albarcas) que usaban los labradores en las faenas agrícolas y destrozaban los calcetines y en menor medida los peales.

 




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Pedro López Ocaña

8-11-2020