El niño
García
Pérez Etcétera
Jesús Torbado
El escritor alcarreño Juan
Pablo Mañueco, nos ha autorizado a publicar este artículo de Jesús Torbado,
publicado en su blog “Asociación Cultural Castilla”. Han transcurrido 37 años
desde que lo escribiera, pero pese al tiempo transcurrido, tiene plena vigencia
por la despoblación progresiva de las tierras castellanas que también afecta
gravemente a las zonas rurales de nuestra provincia y poco a poco va cerrando
los caminos de futuro a nuestros jóvenes, que se ven forzados a emigrar a otras
tierras, donde no siempre son bienvenidos, y las diferencias territoriales de nuestro asimétrico país (España), lejos de corregirse, han ido aumentando, y si Dios no lo remedia, aumentará todavía más no pasando mucho tiempo.
PLO. Redacción
En Tarancón: Opinión y Cultura
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NOTA ACLARATORIA DEL AUTOR:
Poco
antes de la publicación de este artículo la oposición de izquierdas y
progresista en Euskadi había cuestionado una campaña del gobierno del PNV entre
los escolares en la cual se aplicaban criterios antropométricos para
determinar las características faciales y corporales de los escolares, así como
se analizaba la genealogía de los alumnos, valorando el número de apellidos
vascos.
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EL AIRADO VIENTO DE LOS PÁRAMOS MESETARIOS
le enrojecía las orejas y fijaba bajo su naricilla dos sucios velones que le
alumbraban al santo de los fríos y de la desolación. Un agujereado tapabocas
granate se anudaba alrededor de su cuello, por encima de la pelliza de plástico
ajado que le había mandado un primo suyo establecido en la capital. El
niño García Pérez Etcétera vigilaba el confuso rebaño
que su padre le había dado en mando: dos docenas de ovejas, siete cabras, una
vaca, dos mulos y un asno. Una pareja de lebreles le hacía compañía aquella
mañana helada de la estepa. El niño García Pérez Etcétera no tenía nada mejor
que hacer.
Del pueblo se habían ido el cura, el médico y el maestro. El maestro había sido
el último. Los señores de Madrid habían dicho que no quedaba dinero para costear
su salario en la escuela rural y lo habían mandado a poner escuela veinte
kilómetros más lejos. Los señores de Madrid habían entregado 2.000 millones de
pesetas para las “IKASTOLAS” del
Norte y otros muchos para las “ESCOLAS”
del Este, así que no disponían ya de las 800.000 pesetas
anuales que el maestro cobraba.
Pero el camino hasta la nueva escuela
era arenoso y áspero y se tardaba mucho en llegar. Los señores de Madrid
habían unido con autopistas todas las capitales de
provincia del Norte y del Este y no tenían ya dinero para echar
grava sobre aquel polvoriento-lodoso camino.
Como la camioneta tardaba tanto en llevar a los trece niños del pueblo
hasta la nueva escuela, el padre del niño García Pérez prefirió que cuidase el
ganado en lugar de tener todo el día al chiquillo por esos malos caminos de
Dios. Ahora, la vieja escuela iba tomando la forma de todos los pajares semiderruidos
del pueblo: llenos de gatos en celo, palomas en los desvanes, lagartijas
aletargadas y arañas dormidas dentro de sus capullos.
Del médico sólo los más antiguos se
acordaban. Cuando el niño García Pérez Etcétera se ponía malo, le daban leche
caliente con vino y miel, y eso lo curaba todo, salvo los sabañones invernales,
que no tenían cura, y las diarreas del verano a las que ya estaba acostumbrado.
Médicos quedaban por ahí, desde luego, pero se dedicaban a contar los pelos que los niños del Norte tenían en las falanges de los
dedos de los pies, a fiscalizar sus pecas, a medir sus cráneos y
narices: estaban demasiado ocupados como para cuidar las pulmonías del niño
García Pérez y de sus compañeros.
Y como el muchacho no iba a tener jamás una escuela a donde ir, toda su
vida ignoraría algunos esencialísimos detalles de sí mismo, especialmente las
claves de su código genético. A él y a su padre y a su abuelo no le importaban
demasiado, pero la sociedad en que vivían padecería una terrible e inevitable
carencia; la patria en que había nacido se tambalearía ante la flojedad de
aquellos cimientos humanos del zagal que pisoteaba los terrones de la meseta.
Porque era una delicada e importante cuestión. De entre los cientos de
García, Pérez, Rodríguez, Sánchez, Martínez y Suárez de su nombre, un estudio
científico de aquel niño hubiera podido deducir notabilísimas conclusiones.
Hubiera adivinado, por ejemplo, que uno
de sus antepasados fue el emperador Teodosio el Grande,
que dejó preñada a una sus esposas cuando salió de Coca (Segovia) para gobernar
el Imperio romano; que otro de ellos había luchado con Hernán Cortés en la
conquista de México; que otro había sido conde de Castilla;
que una de sus abuelas tuvo trato carnal con Abd al-Rahman III; y otra con el
filósofo y médico judío Moses ben Maimón; que otro ancestro suyo había sido tío
de un tal Miguel de Cervantes, aquel a quien sapientísimos
hombres habían borrado de una calle de Lejona (Bilbao), para sustituir su opaco
nombre por el del eximio poeta Ormaechea Orive; que otro había sido capitán de
los tercios de Flandes y otro obispo de Esmirna, y uno más palafranero de
Isabel II (“la Casta”).
Por lo demás, si el niño García Pérez Etcétera se hubiera sentado ante un
culo de botella y lo hubiese utilizado como espejo, habría descubierto que
poseía en su rostro 9618 pecas, lo cual hubiera podido cambiar el mundo si el
maestro no se hubiese largado de su vera por orden superior, pues era el mismo
que poseyeron Gobineau y Rosenberg; que brotaban 95 pelos sobre cada una de sus
falanges (muchos de ellos chamuscados en la hoguera que tenía prendida), el
mismo número que Hitler lucía; que las medidas de su nariz coincidían
milimétricamente con las del más conocido jefe del Ku-Kux-Klan, un tal coronel
W.J Simmons; que la implantación de su (nonato) vello público formaba el mismo
dibujo que en vida tuvieron Jim Crow y el general Forrest, y, en fin, que la
posición de las circunvoluciones cerebrales era idéntica a la que los
arqueólogos hallaron en el cráneo de Nerón, y, feliz coincidencia, a las que
aún hoy en día eran frecuentes en África del Sur y otras famosas regiones de la
Tierra.
¿Y qué decir del color de sus ojos y de
su sensibilidad gustativa? Los ojos eran de color pardo cuando contemplaba el
ocaso y grises al mirar las primeras luces de la mañana. Ni el niño García
Pérez se hubiera repuesto de esta sorpresa étnico-antropológica, si la hubiese
alcanzado. Por otro lado, le gustaban las sopas de ajo, los garbanzos, las
patatas viudas, las sardinas fritas, el tocino y las manzanas verdes. Era tan
bueno es esto que incluso fabricaba chicle con un puñado de trigo recogido en
las eras o en los campos.
Cualquiera de estos detalles hubiera
permitido a un concejal medianamente cultivado o a un alcalde con el segundo
curso de EGB aprobado escribir una enciclopedia acerca de la superioridad racial de aquel pastorcillo perdido bajo el
invernal frío de la meseta.
Y si un buen genealogista hubiera echado leña al fuego del informe
genético, teniendo en cuenta todos aquellos apellidos ilustres en el macuto
vital del niño, a nadie le hubiese sorprendido que vinieran a llevárselo para
nombrarlo director de la universidad de Harvard, u obispo de Roma, o rey de
España mismamente.
Pero como hacía frío, estaba empezando a
nevar, las cabras se desmandaban, uno de los mulos se había perdido y el cura,
el médico, el maestro y su madre estaban lejos, el niño García Pérez Etcétera
se puso a llorar en medio del campo, a la sombra de una zarza agostada, y lloraba como un perro, como un perro castellano.”
El País, miércoles, 3 de diciembre de 1980
Jesús Torbado, un leonés nacido en 1943, a quien tuve el placer de conocer con ocasión
de la entrevista que le hice para el libro “Diez castellanos y Castilla”, y que el 3 de diciembre de 1980 publicó en el diario
“El País” este artículo que resume mejor que nada lo que pasó con el ninguneo
de Castilla y su cultura en la época de la Transición española.
El artículo no debería ignorarse si ahora se van a
corregir algunas cosas que se hicieron mal en aquellos años de
la Transición: la desigualdad entre los territorios de
España y el olvido, partición y aventamiento de Castilla,
por ejemplo.
El artículo, más bien, debería ser de gustosa lectura en todas las escuelas de
Castilla y de obligado conocimiento por todo aquel
candidato o candidata que quisiera dedicarse a la política en
cualquier provincia castellana.