OPINIÓN EXTERNA
A veces me pregunto si los grandes
partidos nacionales, y también los nacionalistas, valoran suficientemente la
opinión de los votantes, o incluso del conjunto de sensibilidades de la
sociedad a la que pretenden gobernar. No sé si son completamente conscientes de
que su razón de ser es vender a los ciudadanos una particular visión de cómo
cambiar a mejor la sociedad, en la que sus dirigentes, simpatizantes, votantes
y ciudadanos en general, viven.
Y digo “vender”, porque una idea ha de venderse
como cualquier mercancía. Es decir, mostrar sus ventajas, seducir con la
ilusión de un cambio a mejor y convencer de la posibilidad de conseguirlo por
sus candidatos. El ciudadano ilusionado decidirá entonces cuál de las opciones
que se le presenten elige y la comprará
con su voto; y de su grado de cumplimiento y capacidad de ilusionarle,
dependerá en buena medida su fidelidad futura.
En la última crisis del PSOE, me ha
sorprendido la poca importancia que tanto el aparato, como los candidatos y la
militancia, han concedido a sus votantes. ¿Cómo es posible que ninguno de ellos
haya pensado, o al menos manifestado, que sin los millones de votantes que lo
han sostenido, ese partido no podría haber sido viable? ¿Cómo es posible que
nadie haya pensado que un voto no es para siempre?
No es el único caso, lo
vemos continuamente en todos los partidos, sólo cuenta la opinión, a veces
radicalmente enfrentada entre sí, de militantes y diregentes, por lo que
irremediablemente la ciudadanía llega a una conclusión: LOS PARTIDOS POLITICOS
SON CLUBS PRIVADOS, y como tales, pertenecen a sus socios de cuota y carnet,
sólo a ellos.
El siguiente artículo de David
Trueba, versa sobre este tema de una forma muy lúcida.
Pedro López Ocaña
En Tarancón: Opinión y Cultura
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FATIGA
Sorprende
la incapacidad de los partidos tradicionales para entender que ellos por sí
solos ya no transmiten, ya no conectan con la sociedad
DIARIO
EL PAIS - 23 MAY 2017
El presidente francés
Emmanuel Macron
Puede que no hayamos
valorado lo suficiente que Emmanuel Macron haya alcanzado la presidencia de
Francia desde una plataforma personal ajena al poderío organizativo de los
grandes partidos. Hasta las siglas que lo acompañaban no eran tanto un lema
originalísimo, “En Marcha”, como un guiño a las iniciales de su
nombre, a la idea de liderazgo personal, innegociable, no sometido a los
dictados de un aparato difuso y marchito. Está pasando en otros lugares y en
muchas democracias fatigadas, donde el partido es más un lastre que un
trampolín. En España, quizá dos ejemplos de esa potencia del carisma personal y
la vinculación del votante con personas que proceden de la sociedad civil, sin
estar ensuciados por la vileza del escalafón de partido, sean las alcaldesas
Carmena y Colau, que alcanzaron los Ayuntamientos de las dos ciudades más
pobladas de España con la dulce música del verso libre.
Es evidente que esta
tendencia puede acoger también peligrosos personalismos, una visceralidad de lo
individual es tan dañina como el mal que pretende combatir. Sin ir demasiado
lejos a buscar un ejemplo, Trump representa un revolcón al aparataje de los dos
grandes partidos norteamericanos, y se lleva la presidencia por ser el más
ajeno a las componendas y la estampa tradicional del político de carrera.
Sorprende pues la incapacidad de los partidos tradicionales para entender que
ellos por sí solos ya no se bastan, ya no transmiten, ya no conectan con la
sociedad. No pueden representar la renovación ni creerse por un día que liderarán
esa cierta tendencia antisistema tan expandida en la sociedad. La mediocridad
de sus liderazgos, su incapacidad para generar desde dentro personas con ideas,
con instinto renovador, con visión de conjunto, les obliga a virar sus hábitos
organizativos.
Mientras no lo hagan, ni entiendan cómo hacerlo, van
abocados a la catástrofe, especialmente
los partidos con vocación progresista, pues sus votantes son exigentes,
críticos y más idealistas que pragmáticos. Es
harto complicado imaginar que de la oscura militancia, que se mueve con una
dinámica propia en la pelea por un sitio en las Administraciones salga el
liderazgo futuro de tantos países sumidos en una crisis de identidad, de fe
democrática, de confianza en la
capacidad de la política para cambiar a mejor la vida cotidiana de los
ciudadanos. La personalidad, el talento, la fuerza creadora y el poder de
seducción son cada día virtudes más escasas,
por eso los partidos tienen que salir a buscarlas en la sociedad y
atraerlas para la política y dejar de parodiar con sus recursos de antaño una
nueva piel que está vieja y cuarteada.
DAVID TRUEBA