LA QUE SE AVECINA
Hace unos días, hablábamos en Radio Tarancón Cadena SER en el programa matinal de Jesús Gabaldón, de la dificultad en Tarancón y su comarca para que los cuidadores y familiares de los enfermos hospitalizados, pudieran viajar a los hospitales a los que se nos deriva (Albacete, Alcázar de San Juan o Toledo), cuando una determinada consulta especializada o itervención quirúrgica no pueede realizarse en el hospital de Cuenca. No voy a entrar en detalles de rutas y horarios ni en cuestiones de políticas sanitarias, pues eso merecería otro artículo aparte por su complejidad, pero sólo lo nombro como uno más de los factores que están propiciando el progresivo envejecimiento y despoblamiento de nuestros pueblos y por tanto, de nuestra provincia, ya que sus habitantes, ante estas dificultades para la atención sanitaria y otras cuestiones por la casi inexistencia de transporte público en el medio rural no sólo para la sanidad, sino también para resolver asuntos administrativos o simplemente poder comprar, van huyendo a lugares más próximos a estos servicios. Primero se irán los jóvenes en busca de trabajo y oportunidades y después los mayores que puedan permitírselo, con los hijos o a residencias de ancianos más cercanas a los centros de atención.
Si éste y otros temas que obligan a la gente a abandonar sus pueblos no se solucionan, la despoblación seguirá imparable.
Si éste y otros temas que obligan a la gente a abandonar sus pueblos no se solucionan, la despoblación seguirá imparable.
Los datos estadíscos confirman esta tendencia, como se puede apreciar en un gráfico publicado por EL País, en un artículo titulado "¿Qué Provincias perderán más
población y cuáles la ganarán?". En él se muestra cómo la provincia de Cuenca,
desde 2016 al 2031, perderá el 15% de su población, sólo por detrás de Zamora, es
decir, la segunda provincia de España que más habitantes perderá, que
presumiblemente, serán mayoritariamente jóvenes. Esto no es nuevo, porque desde
1940 hasta el año 2000, la provincia pasó de tener 300.000 habitantes a 200.000,
es decir, 100.000 menos, que son la
tercera parte de la población que tenía. Aún así, perdió un 33% en esos 60 años, pero ahora va a perder 30.541 en 15 años. Si
seguimos a este ritmo en 60 años desde el año 2000, habremos perdido entre 100.000 y 120.000 habitantes más, cifra difícil de calcular debido a otras variables, como son el descenso creciente de la natalidad incrementado por la fuga de jóvenes y el aumento de la mortalidad por el envejecimiento progresivo de la población, aunque el descenso del número de habitantes pueda hacer bajar algo los porcentajes y crear la falsa ilusión de una futura mejoría.
En cualquier caso, la solución a este problema no puede venir de una legislatura ni de un partido concreto, sólo se podrá afrontar con un pacto entre los diferentes grupos políticos para adoptar medidas consensuadas y severas por encima de intereses políticos provinciales y regionales, pues es un problema que afecta a toda Castilla, excepto a Madrid.
En cualquier caso, la solución a este problema no puede venir de una legislatura ni de un partido concreto, sólo se podrá afrontar con un pacto entre los diferentes grupos políticos para adoptar medidas consensuadas y severas por encima de intereses políticos provinciales y regionales, pues es un problema que afecta a toda Castilla, excepto a Madrid.
A continuación adjuntamos otro
artículo del mismo periódico sobre el tema del envejecimiento, pero desde un punto más humano:
El país más envejecido del mundo
La madre de Clara
Rubio de Estrada murió a los 103 años. Por eso esta mujer de baja estatura,
pelo rizado y teñido de rubio, gafas y arrugas finas, nacida en Albacete,
piensa que dejará a una edad similar a sus siete hijos, 24 nietos y 22
bisnietos. “Porque la línea de la longevidad viene de la madre”, dice con
firmeza. Doña Clara tiene 90 años, las secuelas de una tuberculosis infantil
anquilosadas en un pulmón, la sonrisa fácil, los recuerdos muy nítidos y un
gusto desmedido por vivir. Una tarde fría, entre sorbo y sorbo de té, lamenta,
sin embargo, que hoy en España los mayores sean vistos como un problema.
“Cuando yo era niña se les trataba con mucho respeto. Para nosotros eran
primordiales. Y no había gente que abandonara a sus padres o trataran mal a un
viejo en la calle o cualquier otro sitio. ¡Hoy te enteras de cada cosa!”,
arguye en el salón de su casa, ubicada en un barrio de clase media de Madrid,
bajo una luz amarilla y a un costado del retrato de su madre.
“El envejecimiento es, sin duda alguna, el principal
reto social de este país para las próximas décadas. Pero es verdad que, de
momento, la mala situación de la economía y el desempleo lo están opacando”,
dice David Reher
Doña Clara se levanta
casi todos los días a las 10 de la mañana (“es que me acuesto tarde porque leo
algún libro o veo la tele”). Después de desayunar sale a dar un paseo (“a veces
prefiero quedarme, porque este Madrid es de subida y cansa”). Pasa buena parte
del día cuidando a algún bisnieto (“como las madres trabajan, casi siempre me
los traen”). Dice que por eso no suele convivir demasiado con gente de su edad
(“con tanto hijo, tanto nieto y tanto bisnieto… ¿a qué hora? Además, de todos
los amigos que tenía, la única que queda soy yo. ¡Se han muero todos!”). En
verano se va con su familia a las playas de Valencia y entonces, dice,
rejuvenece al instante (“no me fatigo ni me duele nada”).
Estudió hasta cuarto de primaria porque
fue entonces cuando la “pilló” la Guerra Civil y la vida le cambió (“fue
horroroso: bombas, muertos, hambre… Y luego, con la casa y los hijos, no pude
seguir estudiando. Pero sí leyendo, y mucho”). Cuenta que, por fortuna, sus
hijos no le han dado “grandes problemas.” Es viuda desde 2007. Pasó tres años
cuidando a su marido, a quien, a los tres meses de haberse jubilado (“trabajaba
en el Ayuntamiento”) sufrió un ictus. Poco después de morir él, ella comenzó a
sentirse cada vez más agotada. Un día, los médicos decidieron extirparle un
riñón. Luego empezó dolerle un pulmón. No puede hacer grandes esfuerzos, pero
dice con una sonrisa que ya lleva un buen tiempo sintiéndose “estupenda.” Se
mantiene “tranquila” con su pensión de viuda y, como está segura de que le
quedan varios años de vida, doña Clara sabe que gente como ella, con sus
características y su estilo de vida, representa un cambio en el presente y el
futuro la estructura social española, en la que sus miembros son cada vez más
longevos.
Cuando el pasado mes de noviembre el Fondo
de Población de Naciones Unidas dio a conocer su informe “Estado de la Población Mundial 2014”,
España apareció (junto a Japón y Eslovenia) como el país con la población más envejecida
del mundo. Los avances médicos y el sistema de bienestar han alargado la
esperanza de vida (en la actualidad, en España se sitúa en 82 años), pero ¿lo
que a nivel individual es un progreso, a nivel colectivo es un problema? “El
envejecimiento es, sin duda alguna, el principal reto social de este país para
las próximas décadas. Pero es verdad que, de momento, la mala situación de la
economía y el desempleo lo están opacando”, dice David Reher, catedrático de
sociología de la Universidad Complutense de Madrid. “Lo importante es ver todo
esto como un reto y no como un problema. Porque últimamente se dice: es que hay
muchos viejos, gastan mucho, no producen… ¿Entonces qué? Si son un problema,
¿la solución es matarlos?”, ironiza José Antonio Serra, jefe del servicio de
Geriatría del Hospital Gregorio Marañón de Madrid.
Hace casi un año, Reher y Serra fundaron
el Centro de Estudios del Envejecimiento, una entidad “todavía
virtual”, aclaran, que pretende convertirse en un think-tank en
donde “una serie de personas de áreas distintas: de la sociología, de la
política, de la economía, de la medicina, aborden el envejecimiento como un
fenómeno que afecta a la sociedad de una manera muy transversal”, puntualiza
Serra —el estetoscopio en el cuello, la bata blanca impoluta— en su despacho
del hospital. “No podemos hacer esfuerzos aisladamente. Porque pensamos que la
sociedad civil debe tener un papel más relevante a la hora de plantear esta
situación y la solución. Y para eso le hace falta tener información”, agrega.
No hace mucho, este médico de 54 años, al
que muchos de sus pacientes llaman “Tín”, tecleó en Google “envejecimiento
problema” y el buscador arrojó miles de páginas para consultar. Cuando puso
“envejecimiento solución”, en cambio, los resultados fueron más escasos. “La
humanidad ha conseguido un gran logro: vivir más y mejor y… ¡ahora parece que
eso es un problema! Es imprescindible hacer algo. ¡Imprescindible!”, sentencia.
El sociólogo David Reher, también presente en la charla, explica que “el
envejecimiento afecta a la sociedad en su conjunto y la vida de cada persona.
Pero la sociedad española no se entera de la importancia del tema. Porque salvo
que uno tenga una madre que se muera, como la mía, de demencia senil, entonces
se piensa en el envejecimiento. Porque te afecta directamente. Pero en general,
no. La única forma sensata de gestionar esto es con una participación activa y,
muchas veces, crítica.”
Cada año, el Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC) elabora un “Perfil de las personas mayores
en España.” En su edición de 2014 dice que, según el Instituto Nacional de
Estadística (INE), en España hay más de ocho millones de personas mayores de 65
años (casi el 18% del total de la población) y se estima que, en 2051, el 15,%
de los españoles será mayor de 65 años. Castilla y León, Galicia, Asturias y
Aragón son las comunidades autónomas más envejecidas. Pero para los
especialistas el reto no sólo es demográfico. También es social. Así que su
radiografía de los ancianos va más allá: los mayores suponen el 41,9% de todas
las altas hospitalarias y presentan estancias más largas que el resto de la
población. La principal causa de su muerte está relacionada con enfermedades
del aparato circulatorio. El cáncer es la segunda causa y la tercera son las
enfermedades respiratorias. Aunque no ofrecen cifras exactas, ven con
preocupación el aumento en los últimos lustros de la mortalidad por
enfermedades mentales y nerviosas (demencias y Alzheimer).
Dice el CSIC, además, que en el Sistema
General de la Seguridad Social hay un total de 9,1 millones de pensionistas. La
pensión media asciende a 861 euros mensuales. Desde hace unos cuatro años, de
acuerdo con los datos de la Organización de la Federación de Pensionistas y
Jubilados de Comisiones Obreras (CCOO), los pensionistas actúan como
“amortiguadores sociales” de la crisis económica y mantienen con sus
prestaciones al 20% de los hogares del país. Pero para la Unión Democrática de
Pensionistas de España estos cálculos son conservadores, pues según sus datos,
“en los últimos dos años ha habido un aumento de personas mayores de 65 años
que ayudan económicamente a sus hijos. Hoy son el 40%. En 2010 eran sólo el
15%.”
Josefa Peña tiene 78 años y dice que ya se
siente “vieja.” Nació en Málaga pero desde hace medio siglo vive en Barcelona
en un piso alquilado por el que en la actualidad paga 250 euros al mes. “Con el
paso del tiempo lo he ido arreglando, pero ahora el dueño murió y su hijo me
quiere echar a la calle. He tenido que buscar un abogado, de oficio porque no
tengo para pagar, y ya tengo un juico puesto”, cuenta. Todas las mañanas, doña
Josefa sale a por el pan y vuelve a casa para limpiar, cocinar y hacer
ganchillo. “Esa es mi vida. Pero tengo muy buen ánimo, lo tengo estupendo”,
agrega. Es que encara su situación con optimismo. Cobra una pensión de 600
euros y con esa cantidad tiene que sostener su casa y un hijo en paro quien,
hasta hace tres años, trabajaba en la construcción (“era oficial de primera”).
“Va a todos los sitios y viene reventado de andar buscando faena, pero no
encuentra nada”, dice la madre del señor de 50 años, soltero, que siempre ha
vivido con ella. “Cuando él trabajaba tenía una ayuda. La criatura me daba y yo
lo pasaba mejor. Pero ahora…”
La señora Josefa cuidaba ancianos en una
residencia. Se retiró hace casi 30 años porque el dolor que sentía en los
huesos comenzó a ser cada vez más fuerte. Le operaron las dos rodillas. También
la matriz. Luego los ojos. “Caí mala, lo pasé muy mal y tuve que jubilarme.”
Dice al otro lado del teléfono que su esposo está más enfermo que ella: “no se
levanta”. Lo tiene en Málaga, con un familiar. “Ya está muy mayor. Estaba en lo
de la construcción, mi hijo aprendió el oficio de él. Como cotizó muy poco en
la Seguridad Social, pues ahora le dan una pensión de sólo 400 euros.”
Pilar Millán es responsable del
Observatorio de Vulnerabilidad Social de la Cruz Roja en Cataluña e indica que
“muchos mayores han visto reducida su capacidad de ahorro, sus visitas a los
médicos y han tenido que cambiar sus hábitos de convivencia al acoger a algún
familiar en su casa. O han puesto en venta o en alquiler su piso y se han ido a
vivir a casa de algún familiar.” María Cinta es una de las personas que ahora
busca quién le compre su casa en la que ha vivido durante cuatro décadas. Vive
en Roses (Girona), en un barrio de trabajadores (“quien no va a pescar va a la
obra o a alguna oficina”). Tiene 70 años, cinco hijos y la tutela de un nieto
(“por un tema familiar que no quisiera tocar”), desde hace cuatro años recibe
una “pensión de viuda” de 715 euros al mes y cuando 2012 estaba a punto de
terminar decidió poner en venta su piso para ayudar económicamente a sus hijos.
Doña María agradece no tener que ir a
varios médicos, como hacen algunas de sus amigas o vecinas. “Nomás tomo una
pastilla. Porque antes, cuando me acostaba, cogía una ansiedad muy fuerte. Pero
me han recetado unas pastillas chiquitas que no me hacen dormir, pero me dejan
tranquila.” Ella quisiera ayudar, por unas horas, en la cafetería que tiene su
hija. Pero teme causarle problemas porque no vaya a ser que llegue un inspector
y la multe por tener una “empleada sin contrato.” Así que mejor reza para que
alguien, pronto, le compre la casa. “En medio de esta situación en la que está
España tengo que arrimar el hombro. A mí lo que me preocupa es el futuro de mis
hijos, de mis nietos. Yo ya estoy mayor.”
El año pasado, el demógrafo estadounidense
James Vaupel dictó una conferencia en Madrid titulada “¿Seremos inmortales?”.
Vaupel es uno de los expertos en envejecimiento más reputados del mundo y no
dudó en afirmar: “un niño que nacido en España en 2014 tendrá muchas
posibilidades, quizás un 50%, de llegar a cumplir los 106 años.” Hizo especial
énfasis en que la longevidad va más allá de su especialidad. Tiene que ver con
el sistema productivo, la sanidad, los servicios sociales y las políticas
gubernamentales. En un país cuyo índice de natalidad lleva cinco años
disminuyendo, ¿podrá soportar el coste de las pensiones y los cuidados
sociosanitarios? “No puede ser que hoy haya un trabajador por pensionista. Eso
es insostenible. Además, hoy estamos trabajando con un sistema sanitario
diseñado hace 60 años, cuando el 5% de la población era mayor. Ahora tenemos
casi un 20% de ancianos”, alerta el doctor José Antonio Serra.
En el país más envejecido del mundo,
mientras tanto, los mayores también son objeto de negocios y las industrias
farmacéuticas, de servicios sociales, alimentación y turismo han comenzado a
centrar sus esfuerzos en desarrollar un mercado en torno a ellos. Ya hay
algunas urbanizaciones (sin la disciplina de las Residencias) creadas en
función de sus necesidades (y en pro de su comodidad) por empresas como
Ballesol, SARquavitae, Caser o Sanyres. Pero sus precios superan los 1.000
euros al mes y, de momento, son pocos los que pueden acceder a un departamento
de este tipo. Incluso hay compañías extranjeras, como la holandesa Habidrome,
que ofrecen “viviendas de alto standing” para mayores extranjeros
que, atraídos por el clima y el estilo de vida, eligen España para vivir
después de su jubilación (ingleses, alemanes y holandés, principalmente).
Debido a ello, dice el profesor David
Reher, “hay que pensar en la situación financiera de las personas mayores.
Educarlos para que sepan manejar lo poco o mucho que les dan de pensión. Hay
que hacer cursos de educación financiera para mujeres mayores, por ejemplo.
Porque durante años eran sus maridos los que manejaban el dinero y, al morir
ellos, no saben bien qué hacer.” Y hay más aspectos a tomar en cuenta, subraya
el doctor Serra: “los urbanísticos, entre otros, pues hoy hay muchos viejos por
la calle a los que no les da tiempo de cruzar un paso un de cebra porque el
semáforo no dura lo suficiente. Actualmente se construyen muchos edificios sin
tomar en cuenta quiénes serán sus habitantes. ¿Y si alguien no puede subir las
escaleras? ¿Y si los ascensores son muy pequeños y no cabe alguien silla de
ruedas o no tiene una barra para sujetarse? La vejez es un reto más global de
lo que parece.”
Apartada de las estadísticas, doña Clara
Rubio de Estrada dice en el salón de su casa, entre sorbo y sorbo de té, que
desde la muerte de su marido es más consciente de que “el envejecimiento es un
proceso natural, individual e inevitable, pero que también implica a toda la
familia y, ya que estamos, a toda la sociedad. Hay mucha gente como yo, sin
duda. Gente que permaneceremos aquí más años. Esperemos que dignamente.” Y en
su despacho del Hospital Gregorio Marañón, José Antonio Serra no deja de pensar
en soluciones para afrontar el reto: “habrá que estimular la natalidad. Habrá
que estimular la inmigración. Habrá que alargar la edad de jubilación... Lo que
no podemos hacer es evadir la realidad y mucho menos hacer a un lado a esta
generación que ha forjado la España que tenemos ahora. Porque la calidad de un
país se mide por cómo trata a sus mayores.”
Hugo Gutiérrez y Yolanda Clemente
DIARIO EL PAIS. 25/10/2016
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