"DICHOSA EDAD Y SIGLOS DICHOSOS
A QUIEN LOS ANTIGUOS PUSIERON
NOMBRE DE DORADOS"
ARTÍCULO DE OPINIÓN.
Raúl Amores Pérez
Han pasado tres días desde que conmemorábamos la muerte de Cervantes, cuando nos hemos encontrado con la sentencia de la “manada de los sanfermines” agitando nuestra alma.
¿Y
qué tiene que ver una cosa con otra? La correspondencia que voy a hacer es
obligada y precisa, puesto que algunos
juzgadores dan clara muestra de que, en toda su vida, no sólo no han leído sino
aún hojeado “El Quijote”. Sólo
cuando comenzamos a admirarnos por tan magnífica obra, llegamos a descubrir que,
efectivamente, hay en ella tantas y tantas cosas hermosas…, que no podríamos creer
que incluso contiene un verdadero manual
de civismo y profundización en valores sociales. Sólo quienes lo han leído
y releído, han visto los cantos de libertad, justicia, tolerancia, solidaridad,
etc., que hay en él. Pero, ante todo, el gran canto de defensa de la libertad de la mujer que nadie como él ha
sabido hacer (y menos en momentos de misoginia extrema como la que él vivió).
En
efecto, los personajes femeninos de
Cervantes son todos libres, sin ataduras ni a los hombres ni las leyes que
ellos han creado (aquí uso el término “hombre”
como persona humana masculina). Y un canto de añoranza de aquella “dichosa edad dorada”, verdadero Paraíso,
en la que los hombres vivían con arreglo a la naturaleza, sin propiedad privada
(“los que en ella vivían ignoraban estas
dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes”),
en concordia y paz (“todo era paz
entonces, todo amistad, todo concordia”), sin artificios ni engaños (“no había la fraude, el engaño ni la malicia
mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios
términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese,
que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen”), iguales y libres, en
donde “la ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar, ni
quién fuese juzgado. Las doncellas y la
honestidad andaban, como tengo dicho, por
dondequiera, sola y señora, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo
intento le menoscabasen”… Todo
esto, sí, está en nuestra obra (“El Quijote”, Iª Parte, capítulo XI), canto que
nuestros jueces desconocen.
Sócrates abominó de los sofistas,
retóricos embaucadores que se formaron para aprender a mentir y tergiversar la
realidad con el arte de la erística, con la técnica capaz de persuadir y
convencer sobre lo que no era en sí.
Y nuestro sistema judicial se articula
en virtud de este sistema, tan viejo como contrario al término Justicia, puesto
que se basa en el arte de ganar un
juicio, independientemente de la verdad o falsedad de los argumentos y
elementos aportados por las partes.
¡Ah,
Schopenhauer y su “El arte de tener
siempre razón”!: “La dialéctica
erística es el arte de discutir, pero discutir
de tal manera que se tenga razón tanto lícita como ilícitamente –por fas y por
nefas- . Puede tenerse ciertamente razón objetiva en un asunto y sin
embargo, a ojos de los presentes y algunas veces también a los de uno mismo,
parecer falto de ella […]. ¿Cuál es el
origen de esto? La maldad natural del género humano. Si no fuese así, si
fuésemos honestos por naturaleza, intentaríamos simplemente que la verdad
saliese a la luz en todo debate”.
En
efecto, nuestro sistema judicial se basa en que tres, cuatro o más partes (unos
abogados, más o menos capaces para contender
en la palestra de la dialéctica), deben hacer ver (que no evidenciar,
resalta), con el apoyo o contra la exposición de un fiscal (supuesto vocero
imparcial del conjunto de los ciudadanos, del Estado, pero que también tiene
criterio y opinión propia) que sus argumentos (más que pruebas, puesto que a entender
de unos u otros serán procedentes, fundamentales, o no) son los idóneos para
que un juez (elevado en su grada de autoridad, que nunca es neutral, que tiene también
opinión, hace apreciaciones y valoraciones, y, a la postre, impone…, por lo que
de ciego nada de nada), supuestamente, arbitre en virtud de una leyes que se
suponen que son las que nos hacen más sociables y más humanos. Sócrates, pues,
tenía razón, al considerar que hacer
parecer justo lo que era injusto, era la mayor de las injusticias. Este es el
arte de la mentira, por muy “legales”
que sean sus resultados. Las leyes
pueden ser injustas muchas veces, la historia nos lo ha demostrado. Y en
este caso, opino (también aquí yo puedo llegar a ser calificado de subjetivo)
que lo han sido. No quiero ser como esos
cómplices que mirando hacia otro lado dicen “acatamos la sentencia”, que son igualmente unos falsarios que
cometen injusticia. No soy un borrego que agacha la cabeza y con un ¡ea! y encogimiento de hombros lo dejan
todo correr. No. Yo me siento indignado y si tú también, lo que debemos tratar
de hacer es intentar cambiar esas leyes que conducen a tantas posibles
interpretaciones. Siempre, lógica y expresamente, por los cauces de democracia.
Reconocer
la sentencia que “las prácticas sexuales se realizaron sin la aquiescencia de la
denunciante en el ejercicio de su libre voluntad autodeterminada", que hubo una “radical
desigualdad en cuanto a madurez y experiencia en actividades sexuales de la
denunciante y los procesados" y que “la denunciante reaccionó de modo intuitivo; la situación en que se
hallaba producida por la actuación dolosa de los procesados y los estímulos que
percibió, provocaron un embotamiento de sus facultades de raciocinio y
desencadenaron una reacción de desconexión y disociación de la realidad, que le
hizo adoptar una actitud de sometimiento y pasividad, determinándole a hacer lo
que los procesados le decían que hiciera"… ; todo esto, digo, no ha sido causa objetiva para considerar
los hechos expuestos, que se consideran probados, suficientes para calificar esta nefanda acción de la manada de lobos
(¡Ah, Hobbe, tú y tu “homo homini lupus”!)
como violación… porque no se
resistió lo suficiente… Abusar…, sí, abusaron, pero no la violaron porque… no se resistió lo suficiente. Razonamiento
machista, paternalista y cautivo por esclavista y cosificador.
¿Acaso no es necesario que clamemos como Dorotea lo hizo en “El Quijote”, ante los abusos de los
hombres, que clamaremos como “La
Gitanilla”: «Estos señores
bien pueden entregarte mi cuerpo; pero no mi alma, que es libre y nació libre,
y ha de ser libre en tanto que yo quisiere»? Toda mujer es libre, hasta para decir NO y, cuando se dice NO, es NO,
sin matices ni interpretaciones. Todo es cuestión de empatía, con nuestras
hijas, compañeras, con la mujer toda… Y de justicia, no de “legalidad” a secas.
¡Ah, si estos señores hubiesen leído “El Quijote”.
Raúl Amores Pérez