TARDES DE TORMENTA
Sería más o menos cuando yo tenía entre
los ocho y los once años; y cuando en verano o el otoño los nulos berrendos* se adueñaban del
cielo; esos que venían del Levante, mi madre nos contaba lo que mi abuelo Francisco
decía a mi abuela María: “El nulo viene de Valencia, por detrás del camarón, será una nube mala*; voy a encerrar a las
gallinas y a atar a la mula y echar el pestillo a la puerta de la cuadra y tú asegura
las ventanas y mete los geranios en la cocina”.
Pasados los años, mi madre, siguiendo la
costumbre heredada de sus padres –seguramente ancestral–, y también por su
miedo a las nubes de Valencia,
cuando la tarde se tornaba oscura, muy oscura y se oía retronar cada vez más fuerte, y antes de que empezasen las culebrinas y los truenos sonasen más fuertes,
nos recogía a los tres más pequeños y alguna de mis tres hermanas mayores
también nos seguía hasta una habitación en la planta baja de la casa, y sobre
una porción de suelo de madera, que ella decía que aislaba de la electricidad, junto
a la ventana que daba al comienzo de mi calle y permitía ver la plaza Del
Jesús, y allí, en torno a una mesa camilla y con una vela encendida por si
cortaban la luz, empezaba a rezar el Trisagio*;
una serie de oraciones a tres santos distintos y repetida por tres veces, para
ahuyentar la tormenta y protegernos de los rayos y la piedra*:
Santa Bárbara bendita
que en el cielo estás escrita
con papel y agua bendita
en el ara de la Cruz;
digamos tres veces: Jesús, Jesús, Jesús.*
A medida que iba avanzando la oración la
tormenta arreciaba y el cielo era cada vez más gris oscuro y las culebrinas
eran más frecuentes y los truenos atronaban de verdad con retumbantes
estampidos, y hacían vibrar los cristales de la ventana; y yo, embelesado con
el espectáculo me despistaba de las oraciones, mirando sin pestañear el gran
caserón que sobresalía tras la plaza, con un tejado a cuatro vertientes en cuyo
vértice se erguía el mástil de un vetusto pararrayos, coronado por tres puntas
en diagonal y rematado por otra más larga y vertical que apuntaban directamente
al cielo. Y esperaba ansioso, pero sin suerte a que cayese un rayo para ver si
resistía el pararrayos o si era destruido, para contárselo al día siguiente a mis amigos
de la plaza y del colegio; y contaba los segundos transcurrido hasta el trueno
para calcular la distancia a que había caído, multiplicándolos por 340 que es
la velocidad del sonido.
No
tenía miedo porque me sentía protegido tras la ventana, sobre el suelo de
madera y por las jaculatorias a coro entonadas por mi madre y mis hermanos.
Cuando la culebrina rasgaba el cielo todos nos santiguábamos y el tono de voz
aumentaba para sobreponerse al trueno y al momento yo les decía: –ha caído a
450 metros, ya se va acercando, –y mi madre me miraba severa y con el dedo vertical
sobre los labios, me mandaba callar y seguía desgranando las jaculatorias:
San Bartolomé
salió
y a Jesucristo encontró.
–¿Dónde vas Bartolomé?
–Contigo Señor iré.
–Conmigo vendrás
al cielo entrarás
y te daré un don
que no se lo di a varón:
––¡¡Haaala!!, éste ha caído a 200 metros ¡¡La tenemos encima!!.
–¡Calla, por favor!
En la casa que tres veces
seas nombrado,
no caerá piedra ni rayo,
ni mujer morirá de parto,
ni niño de espanto,
ni labrador en su campo.
Pasaron los años y ya de joven, un día, yendo
desde Priego hacia Fuertescusa, en la Serranía de Cuenca, me sorprendió una
fortísima tormenta, y una fuerte granizada con piedras del tamaño de avellanas se
abatió sobre los pinos y las piedras empezaron a golpear mi coche y vi que
estaba muy cerca de un pequeño y corto túnel
seguido de otros, a los que los serranos
llaman “La Boca del Infierno”, que es la puerta a los más espesos pinares de la
Serranía; y justo antes de entrar, a mi derecha, apenas a cincuenta metros, un
rayo rasgó el cielo y abrió de arriba abajo un pino, con un trueno instantáneo
como nunca había oído.
Me refugié en el túnel a esperar a que amainara el pedrisco y recordé
lo que años antes nos decía mi profesor de tercero de primaria, don Pedro Ortiz
de León: “Si os sorprende en el campo una tormenta, nunca os refugiéis debajo
de un árbol, pues puede protegeros de la lluvia o el granizo, pero atrae los
rayos y el rayo puede mataros”.
Hoy, a pocos días de los atentados de
Barcelona, y ante el clamor de miles de catalanes que se manifestaban al grito
de “Jo no tinc por” (“yo no tengo miedo”), ha venido a mi memoria todo aquello
y he optado por no confiar en árboles amables y protectores cuando amenaza
tormenta, y huir de los nulos que vienen del oriente y si la tempestad se
cierne ineludible, prefiero pisar en un suelo de madera y tras la ventana sentirme protegido por un pararrayos
de cuatro puntas de platino e iridio, porque yo sí tengo miedo del rayo asesino
y despiadado.
P.
López Ocaña
Desde
la Carpetania
3/09/2017
–––––
*Nulo
berrendo: Nublo; nubes negras con ruido lejano de truenos que amenaza
tormenta inminente.
*Nube:
Sinónimo de tormenta, sólo cuando ésta puede producirse o ya ha pasado.
*Retronar:
Truenos sordos y lejanos que anuncian que se aproxima una tormenta.
*TRISAGIO:
del Latín tardío trisagïon, “tres santos”. Jaculatoria para varios usos,
elegidos los santos según para qué fuesen abogados.
*No he podido recopilar completa la
oración a Santa Bárbara ni la del tercer santo.
*Piedra:
sinónimo de granizo de grueso tamaño dañino para el campo, en mi pueblo
especialmente para las viñas.
*Culebrina:
rayo visible y zigzagueante, de nube a nube o de nube a tierra. A sus
ramificaciones, más débiles, se les llama
“chispas”.
*Pedrisco:
Granizada de piedra destructora de
cultivos.