martes, 5 de septiembre de 2017









TARDES DE TORMENTA


      Sería más o menos cuando yo tenía entre los ocho y los once años; y cuando en verano o el otoño los nulos berrendos* se adueñaban del cielo; esos que venían del Levante, mi madre nos contaba lo que mi abuelo Francisco decía a mi abuela María: “El nulo viene de Valencia, por detrás del camarón, será una nube mala*; voy a encerrar a las gallinas y a atar a la mula y echar el pestillo a la puerta de la cuadra y tú asegura las ventanas y mete los geranios en la cocina”.
     Pasados los años, mi madre, siguiendo la costumbre heredada de sus padres –seguramente ancestral–, y también por su miedo a las nubes de Valencia, cuando la tarde se tornaba oscura, muy oscura y se oía retronar cada vez más fuerte, y antes de que empezasen las culebrinas y los truenos sonasen más fuertes, nos recogía a los tres más pequeños y alguna de mis tres hermanas mayores también nos seguía hasta una habitación en la planta baja de la casa, y sobre una porción de suelo de madera, que ella decía que aislaba de la electricidad, junto a la ventana que daba al comienzo de mi calle y permitía ver la plaza Del Jesús, y allí, en torno a una mesa camilla y con una vela encendida por si cortaban la luz, empezaba a rezar el Trisagio*; una serie de oraciones a tres santos distintos y repetida por tres veces, para ahuyentar la tormenta y protegernos de los rayos y la piedra*:

Santa Bárbara bendita
que en el cielo estás escrita
con papel y agua bendita
en el ara de la Cruz;
digamos tres veces: Jesús, Jesús, Jesús.*

     A medida que iba avanzando la oración la tormenta arreciaba y el cielo era cada vez más gris oscuro y las culebrinas eran más frecuentes y los truenos atronaban de verdad con retumbantes estampidos, y hacían vibrar los cristales de la ventana; y yo, embelesado con el espectáculo me despistaba de las oraciones, mirando sin pestañear el gran caserón que sobresalía tras la plaza, con un tejado a cuatro vertientes en cuyo vértice se erguía el mástil de un vetusto pararrayos, coronado por tres puntas en diagonal y rematado por otra más larga y vertical que apuntaban directamente al cielo. Y esperaba ansioso, pero sin suerte a que cayese un rayo para ver si resistía el pararrayos o si era destruido,  para contárselo al día siguiente a mis amigos de la plaza y del colegio; y contaba los segundos transcurrido hasta el trueno para calcular la distancia a que había caído, multiplicándolos por 340 que es la velocidad del sonido.
      No tenía miedo porque me sentía protegido tras la ventana, sobre el suelo de madera y por las jaculatorias a coro entonadas por mi madre y mis hermanos. Cuando la culebrina rasgaba el cielo todos nos santiguábamos y el tono de voz aumentaba para sobreponerse al trueno y al momento yo les decía: –ha caído a 450 metros, ya se va acercando, –y mi madre me miraba severa y con el dedo vertical sobre los labios, me mandaba callar y seguía desgranando las jaculatorias:

San Bartolomé salió
y a Jesucristo encontró.
–¿Dónde vas Bartolomé?
–Contigo Señor iré.

–Conmigo vendrás
al cielo entrarás
y te daré un don
que no se lo di a varón:

––¡¡Haaala!!, éste ha caído a 200 metros ¡¡La tenemos encima!!.
–¡Calla, por favor!

En la casa que tres veces
seas nombrado,
no caerá piedra ni rayo,
ni mujer morirá de parto,
ni niño de espanto,
ni labrador en su campo.

     Pasaron los años y ya de joven, un día, yendo desde Priego hacia Fuertescusa, en la Serranía de Cuenca, me sorprendió una fortísima tormenta, y una fuerte granizada con piedras del tamaño de avellanas se abatió sobre los pinos y las piedras empezaron a golpear mi coche y vi que estaba muy cerca de un pequeño  y corto túnel  seguido de otros, a los que los serranos llaman “La Boca del Infierno”, que es la puerta a los más espesos pinares de la Serranía; y justo antes de entrar, a mi derecha, apenas a cincuenta metros, un rayo rasgó el cielo y abrió de arriba abajo un pino, con un trueno instantáneo como nunca había oído.
     Me refugié en el túnel  a esperar a que amainara el pedrisco y recordé lo que años antes nos decía mi profesor de tercero de primaria, don Pedro Ortiz de León: “Si os sorprende en el campo una tormenta, nunca os refugiéis debajo de un árbol, pues puede protegeros de la lluvia o el granizo, pero atrae los rayos y el rayo puede mataros”.
     Hoy, a pocos días de los atentados de Barcelona, y ante el clamor de miles de catalanes que se manifestaban al grito de “Jo no tinc por” (“yo no tengo miedo”), ha venido a mi memoria todo aquello y he optado por no confiar en árboles amables y protectores cuando amenaza tormenta, y huir de los nulos que vienen del oriente y si la tempestad se cierne ineludible, prefiero pisar en un suelo de madera y tras la  ventana sentirme protegido por un pararrayos de cuatro puntas de platino e iridio, porque yo sí tengo miedo del rayo asesino y despiadado.  

P. López Ocaña
Desde la Carpetania
3/09/2017


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*Nulo berrendo: Nublo; nubes negras con ruido lejano de truenos que amenaza tormenta inminente.
*Nube: Sinónimo de tormenta, sólo cuando ésta puede producirse o ya ha pasado.
*Retronar: Truenos sordos y lejanos que anuncian que se aproxima una tormenta.
*TRISAGIO: del Latín tardío trisagïon, “tres santos”. Jaculatoria para varios usos, elegidos los santos según para qué fuesen abogados.
*No he podido recopilar completa la oración a Santa Bárbara ni la del tercer santo.
*Piedra: sinónimo de granizo de grueso tamaño dañino para el campo, en mi pueblo especialmente para las viñas.
*Culebrina: rayo visible y zigzagueante, de nube a nube o de nube a tierra. A sus ramificaciones, más débiles, se les   llama “chispas”.
*Pedrisco: Granizada de piedra destructora de cultivos.