Sección literaria
Desde la Cerdaña Francesa nos llega esta colaboración literaria de Francisco Riera Vilanova, periodista, publicista y profundamente reflexivo, retirado allá, cerca de los Pirineos y con raíces ancladas en Cataluña y Tarancón, entre las faldas de las montañas y el borde de nuestras llanuras.
Despacito, a trocitos, a pedacitos
Ayer llovió a cántaros en la comarca del
Maresme barcelonés, en esta ocasión en el Bajo Maresme, Cabrils, Vilassar de
Mar, Premiá de Mar,… a diferencia de las tormentas de esta época del año que
asolan casi siempre el Alto Maresme y provoca que las rieras inunden las
poblaciones de costumbre, Canet de Mar, Blanes, Tordera,…
En la Cerdaña, a caballo entre
Girona y el sur de Francia, entre Puigcerdà y Font-Romeu, llovió a trocitos.
Ahora sí, ahora no.
Y poquito.
Y despacito.
Yo miraba esa lluvia lánguida
desde la puerta de mi cocina, la puerta que da a la huerta con sus magníficas
vistas sobre la Sierra del Cadí, Masella y La Molina.
Miraba la lluvia con cara de
satisfacción porque esa lluvia despaciosa, la que cala, es beneficiosa para las
lechugas y para las cebollas, para los pepinos y para los ajos que cultivo.
Y entonces la mente empezó a
volar sin control alguno y pensé que yo quisiera llover así, a trocitos, a
pedacitos, despacito, para impregnar de amor y amistad y ternura a mis amigos.
Llover a pedacitos sobre mis
hijos y mis nietas, la egarense Paula, hija de hijo mayor de madre
malagueña, y la taranconera Susana, hija de mi hijo menor y de madre
taranconera, y mojarles despacito con mis experiencias y con la poca sabiduría
que mis años en esta vida me han concedido.
Llover y calar sobre las
mujeres de mi vida, que son mi compañera y mi madre y la alemana de los
Jardinets de Gràcia, y la ribereña de tierras adentro y la catalana del Vallés
Oriental y mis amigas de Barcelona y del Maresme, y mi familia de la turística
Málaga y de la castellana Tarancón, y decirles con cadencia, con lentitud, en
casi un susurro que empape que los quiero a todos con locura.
Pensé que me gustaría
desgranarme a pedacitos sobre los campos y los mares y los ríos que nos
alimentan, aunque yo sólo aporte, muy despacito, algunas lágrimas a veces de
alegría exuberante y a veces de hiel y dolor desbordante.
Quisiera regalar trocitos de
mis besos a todos los frutos de los árboles que hacen confituras para que yo
las obsequie a los que visitan mi hogar para arrancarles una sonrisa dulce y pegajosa
que se adhiera a mis mejillas.
Pensé que me gustaría acariciar a pedacitos a esta vida que me ha saciado
de amores y alegrías, y por las noches enviar más pedacitos de besitos a las
estrellas y a la luna de oro ahora y después de plata y que yo gusto de
contemplar mezclando la tristeza y el júbilo que mi alma alborotan.
Quiero cuidar, durante algún
trocito de mis días, a los que reclaman atenciones y amores que alivien sus
soledades.
Quiero llover lenta y
cálidamente, despacito, por los que lo pasan mal en este mundo de injusticias y
sorberme los mocos a pedacitos, que es la forma de no olvidar la sensibilidad
que merecen los desafortunados.
Deseo seguir llorando lluvia
ante el llanto de un niño que siente la soledad y la amargura de su destino
para poder consolarlo con pequeñas caricias y besitos regalados a trocitos.
Un pequeño trueno del cielo y
el gran canto sonoro de una tórtola en pleno vuelo me robaron mis pensamientos,
y al entrar en la cocina ojeé distraídamente las páginas de un Magazine de La
Vanguardia retrasado y olvidado, y me encontré con una fotografía de una
pizarra exterior de la carnicería vegana de San Sebastián, propiedad de Pilar
Cervera, en la que ella había escrito “No pretendo cambiar el
mundo, pero en el pedacito que me tocó vivir quiero hacer
la diferencia”.
Eso es lo que pensaba mientras
veía caer la lluvia a trocitos y despacito sobre mi huerta.
Besar, abrazar, amar, querer,
consolar, acompañar,… eso es lo que quiero hacer en el pequeño trocito que
habito, y lo quiero hacer…despacito, a pedacitos.
Francisco Riera
Vilanova