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lunes, 13 de junio de 2022

La primera novela de una ¨taranconera¨  aficionada a la literatura fantástica


Lucía Bermejo Carrasco en la Feria del Libro de Madrid 

Los primeros tiempos de la Pandemia fueron duros pero no es menos cierto que aquel primer confinamiento sacó  a muchas personas de la rutina y la cotidianidad. Unos se arremangaron y  se dedicaron a limpiar y  ordenar  sus casas, otros tuvieron que atender a sus hijos, jugar más  con ellos o ayudarles en sus estudios escolares. Cada cual buscó la manera de distraerse y desconectar de la negritud y el pesimismo del mundo exterior. Conozco amigos que aprovecharon el confinamiento para ponerse al día con las series de televisión, leer esas novelas que tenían pendiente desde hacia  tiempo o escuchar esa música que tanto les gusta.


Lucia Bermejo Carrasco, nacida en Madrid pero hija y  nieta  de taranconeros, decidió desempolvar un guión de un episodio piloto para una serie de televisión. Ese pequeño guión, que había escrito hacía ya unos años con su hermana precisamente en Tarancón, se convirtió después de unos meses en una novela de 246 páginas. Una novela fantástica, nos cuenta Lucía, ¨como las que a mi me gustaba leer de pequeña ¨ .


Y es que, según nos cuenta ella misma , con diez años su madre Maribel le escondía  la saga de ¨ El señor de los anillos¨ o ¨Harry Pottter¨ porque se los devoraba una y otra vez: ¨He intentando escribir lo que a mi me gustaba leer cuando era una adolescente¨ .


En contra de lo que se podría pensar,  su afición por la lectura no le llevó a estudiar literatura, historia, ni tan siquiera  una carrera de letras, sino que eligió Biología.  


Y en esas estaba, desempeñando su profesión de bióloga en un puesto administrativo, cuando con  el confinamiento  resurgió su afición por la literatura fantástica y se puso a escribir ¨Dioses de noche¨ , una novela inspirada en su pueblo Taraco (Tarancón) , el río Ánsares y la casa que sus  abuelos tenían en el barrio del Congo, cerca de la desparecida fuente de la Plaza de Castilla- La Mancha, donde pasó muchos veranos de su niñez.



Su protagonista es Nastika, a la que  según se cuenta en la sinopsis de la novela, ¨nunca le habían importado las historias de la DIOSA, su vida era simple y sabía lo que se esperaba de ella. Sin embargo, todo cambió cuando trajeron el cuerpo sin vida de su hermana a la casa ¨  .


Lucía vio por primera vez su novela impresa este pasado domingo en la Feria del Libro de Madrid  donde se ha acercado a la caseta de su editorial para firmar ejemplares de su novela. 


Todavía no se lo cree, pero esta feliz de la receptividad que ha encontrado en la editorial maLuma,   ¨no estaba en mis planes que me publicaran mi novela tan pronto¨ , y por haber visto la cara por primera vez a sus jóvenes lectores en el Feria del Libro de Madrid.  


Lucía ha prometido a su padres, Maribel y Alfonso,  que en cuanto pueda presentará su novela en ¨Taraco¨, perdón, en Tarancón…


Fdo. Antonio Parra 



¨Dioses de noche¨ 

Autora Lucía Bermejo Carrasco 

Editorial  maLuma 

Precio 17 euros 



https://editorialmaluma.com/producto/dioses-de-noche/









sábado, 16 de enero de 2021



¨Los bañistas del viejo calendario¨ 

                              de Carlos Morales del Coso


jueves, 24 de diciembre de 2020

 




LA COCHURA

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A MODO DE INTRODUCCIÓN:

Sabroso relato en el que podremos aprender cómo se fabricaban aquellos panes redondos que tanto tardaban en endurecerse y de niños nos parecían enormes, de los que salían las rebanadas para las ‘pozas’ que nos preparaban nuestras madres para merendar, untadas con aceite crudo de oliva espolvoreado de azúcar, o de mantequilla, vino tinto con azúcar, leche condensada,  una loncha de queso manchego de la quesería Morales sobre el pan o una o dos onza de chocolate del Cristo de Villajos o cualquier otra marca fabricada en Quintanar de la Orden.

También nos asombrará la abundancia en motes que había en aquellos años. No creo que hubiese una sola familia en el pueblo que no tuviese el suyo. Algunos graciosos, otros ofensivos, y otros que iban de boca en boca y que no se podían decir delante del aludido por miedo a represalias por ser de familia influyente. Pero así era la vida entonces, pues a la precariedad económica se unía la escasa o nula educación escolar recibida, pues no todo el mundo podía prescindir de la aportación de los hijos, puestos a trabajar de ayudantes o aprendices desde temprana edad, para ayudar a sacar adelante a la familia.

P.L.O.

 

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LA COCHURA

CADA ocho días se cocía el pan. La víspera, empezaban los preparativos; se ordenaban ingentes, utensilios, escriños, tendidos, limpieza de la artesa* y se recentaba* con la levadura que esperaba en la alacena de la cocina. El hornero fijaba turno y fecha a las amasadoras y se encargaba de avisarles yendo de casa en casa en el momento oportuno, mientras caldeaban el horno las gavillas de carrasca. Había que observar un orden ritual en esta elaboración que nada ni nadie podía alterar. Si la masa no reposaba el tiempo necesario, no pujaba porque la levadura había perdido coraje y si esperaba demasiado, el pan salía apelmazado. “El pan con ojos y el queso sin ellos’ era el proverbio de la tierra.

Para no pasar por sucia y desastrada, era costumbre dejarlo soso. ¡Ay de aquella que prodigara la sal Su reputación de guarra ya no habría quien se la quitara. La madrugada del día convenido sonaban dos aldabonazos en la puerta y con un prolongado: “¡amasar, mozas...!” se ponía en marcha la faena. Arremangado de chambras* y jubones*, ceñido de mandiles de peto y manguitos de impecable blancura, empezaba el amasado que había de heñirse* mucho antes de acomodarlo en los escriños*. Bien arropado con los tendidos*. Cuando ya estaba instalado en el horno, después de sobarlo con las palmas de las manos se hacía saltar en trozos sobre la mesa para airearlo y que saliera la masa esponjosa. Mientras se  hacía la poya*, el hornero barría las brasas con un escobón mojado; a pesar de ello siempre quedaban residuos  de ceniza y carboncillo que se incrustaban en la corteza del pan. Las mujeres esperaban a que el hornero estuviera distraído con la cochura que tenía que vigilar, para dar rienda suelta a la lengua con todos los chismorreos, alcahueterías del pueblo, sacando a relucir hechos y cosas unas veces absurdas, otras con fundamento y las más, con patrañas que pretendían hacer pasar por chistosas. Cuando a cualquiera se le cargaba con un sambenito*, éste corría como la pólvora por costanillas* y plazuelas  identificando sin equivocación el horno de donde había salido. “Que a las Chocolatas las echaron del salón de Esparranca por llamativas, por los churretes del papel colorao que embadurnaban su cara como si fueran unas peponas*…”  “Que la Pendenguilla había parido un hijo con orejas y jeta de gorrino…” “Que por una apuesta de un azumbre* de vino, un medidor le había estampado un beso a la hija del veterinario en mitad de la calle…” “Que en la alcantarilla encontraron un feto descuartizado que decían era de una señoritinga del ‘panpringao’…* “Que la Pelocuquí había marchado a los Madriles y tenía instalado un Salón con un letrero que decía: ‘peinados artísticos a precios módicos’;  y en el escaparate, llamando la atención del público, una especie de calavera con unas greñas a modo de tirabuzones…”  “Que la hija de la tía Algallota se había metido a cupletista en un café cantante, con el apodo de la Bella Gilí, que era muy amiga de la Chelito y venía retratada en todos los diarios de Madrid llena de alhajas y de plumas como una señorona…” “Que la tía Perrulliana y la Quilimaca habían sido trabadas por las sayas a curcusidos* de bramante* y que por no desgarrarse salieron de la iglesia uncidas y dando brincos… ¡y…¡ciscándose en la madre que los parió!” A pesar del bando que echaran, como todos los años, condenando con graves multas esos y otros desacatos a la ley, de nada servía que Cornejilla el pregonero se desgañitara. Seguían unciendo a las viejas, pringando con gachas en los maitines* los bancos del templo y las cerraduras y aldabones de las puertas. Eran costumbres inveteradas que no había forma de corregir, y patatí… y patatá…, hasta que el hornero se encabritaba y las mandaba a la puñeta, con toda la mala levadura fermentada durante largos años en aquella antesala de infierno, que era su cubil permanente. Las mozas cargaban con el escriño repleto, regodeándose con insultos y picardías que el hornero aceptaba complacido como si fuera el adobo estimulante de la cochura rompiendo con la monotonía.

Desde el portal de las casas ya se olfateaba el regosto* de pan sahumado* por leñas montaraces, que prometía ricas pozas de miel o aceite en sus crujientes canteros*.

María Rius Zunón. 

La Gaveta. 8.º relato, pág. 41

 

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GLOSARIO DE TÉRMINOS EN DESUSO

*Artesa: Cajón cuadrilongo, por lo común de madera, que por sus cuatro lados va angostando hacia el fondo y sirve para amasar el pan y para otros usos. También se usaba para lavar la ropa, con la ayuda de la “losa”, tabla de unos 70 cm. de larga y unos cuarenta de ancha, con unos canalillos paralelos y horizontales de lomo redondeado para mejor frotar la prenda enjabonada y unas protecciones atrás para que la lavandera no se manchase con el jabón y las salpicaduras.

*Cantero: Porción de algo. En Tarancón se refiere a un trozo de pan.

*Azumbre: Medida de capacidad para líquidos equivalente a unos dos litros. RAE.

 *Bramante: Hilo gordo o cordel de Cáñamo, o muy delgado y resistente, RAE. En Tarancón al delgado se le llamaba “tramilla”, era muy resistente.

*Chambra: vestidura corta, a modo de blusa con poco o ningún adorno, que usan las mujeres sobre la camisa. RAE.

 *Costanilla: En algunas poblaciones, calle corta de mayor declive que las cercanas. RAE (no tiene otras acepciones en el diccionario digital.

*Curcusidos (Corcusidos): Costuras de puntadas mal hechas. Zurcido mal formado en los agujeros de la ropa. RAE.

*Heñir: Sobar con los puños la masa, especialmente la del pan. RAE. Según el tiempo verbal puede comenzar por hi (hiño) o por he (heñía). En Tarancón se cantaba una cantinela a los bebés para hacerles reir, mientras se les volteaba de un lado y el otro alternativamente, como si se estuviese amasando, en la mesa donde se les cambiaba el pañal o se les vestía: “así se hiña, así se amasa, y así se da la vuelta a la masa”.

*Inveterado: Antiguo, arraigado, RAE.

*Jubón: Vestidura que cubría desde los hombros hasta la cintura y ajustada al cuerpo. RAE.

*Leñas montaraces: Leña traída del monte (terreno poblado de carrascas y alguna encina), que en Tarancón escasea, pues la mayor parte fueron roturados para transformarlos en tierras de labor.

*Maitines: Primera de las horas canónicas, rezada antes del amanecer, RAE.

*Panpringao: Se decía a modo de insulto de alguien supuestamente de familia con nivel suficiente para pringar el pan con algo.

*Pepona: Muñeca grande de cartón de cara rolliza. En Tarancón se decía a modo de crítica maliciosa: “parece una muñeca pepona”.

*Poya: Derecho que se pagaba en pan o dinero en el horno común, y también, pan muy esponjoso hecho con harina de trigo. RAE.

*Recentar: Poner en la masa la porción de levadura que se dejó reservada para  fermentar. RAE.

*Regosto: Aroma que despierta el apetito, por ejemplo el del pan recién horneado.

*Sahumado: Ahumado para que resulte más apetecible.

*Sambenito:iLetrero que se ponía en las iglesias con el nombre y castigo de los penitenciados, y las señales de su castigo. Y también, descrédito que queda por una acción, RAE.

*Tendidos: masa en panes, puesta en el tablero para que se venga y meterla en el horno. RAE.

 

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21-11-2020

 

 


domingo, 29 de noviembre de 2020

AMALTEA

 



A MODO DE INTRODUCCIÓN: 

Era frecuente en aquellos tiempos, y se prolongaría hasta los sesenta y tantos, tener animales en la casa que complementaran la dieta familiar, bien con la producción de leche o para el suministro de carne, para aliviar la escasez de proteínas en la alimentación de las familias. Así, era corriente que las casas tuviesen, al menos, un pequeño patio con su correspondiente basurero en el que arrojar las aguas sucias y otras inmundicias, pues por entonces no había alcantarillado en el pueblo, y no lo habría hasta mediados los sesenta. Lo más usual era tener gallinas, conejos, y si quedaba espacio para “la corte” (la pocilga), uno o dos gorrinos (cerdos) y a ser posible, una o dos cabras, a la que se hacía parir un par de veces al año y se les retiraban las crías cuando llegaban a recentales y aún mamaban, para complementar la alimentación de la familia. Al haberse interrumpido la lactancia, para que no dejase de dar leche, se seguía ordeñando a la cabra para temer un suplemento alimentario o para hacer queso. 

NOTA: las palabras señaladas con un asterisco es por haber caído en desuso, al final se explica su significado en el GLOSARIO PARA PALABRAS EN DESUSO.

P.L.O.

 

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 AMALTEA 

      “¡LEÑE con la chota* !Pero qué tozuda está… ¡Al remate no va a dejar ni una sola barba al peludo*! …y que se las manduca que da envidia verla. Lo mismo le pasa con las cáscaras de los piñones, y es que no es delicá para comer…” 

      ¡Pobre cabra! Cada vez que pienso en ti se me nublan los ojos de piedad. Tú, tan resignada, tan humilde, tan insignificante, dentro de un pellejo raído y lleno de mataduras, prestando sumisa tus flácidas ubres para remediar la penuria de aquella pobre familia, ingeniándote siempre para matar el hambre o más bien engañarla. ¡Qué lucha por subsistir en aquellos prolongados inviernos! cuando la reja del arado se quebranta ante el terrón arrecido* por las fuertes heladas. 

      Ni una macolla*, ni tan siquiera un puñado de yerba, ni el consuelo de rumiar un ramujo de oliva que tú veías pasar ante tus ojos suplicantes, para alimentar, parsimoniosamente aquel chubesqui* que hacía las veces de estufa y de fogón para guisar. En cambio tenías licencia para compartir el calorcillo y la humareda de las ramas que te mermaban y pasearte por toda la casa si te apetecía. En aquella habitación se llevaban a cabo casi todas las faenas y necesidades de la familia; había otra, sin embargo, que le llamaban con vanidad ingenua la sala de respeto que estaba casi siempre cerrada. Su mobiliario consistía en una cómoda, unas cuantas sillas, un velador* y un chinero* en un rincón, donde había algunos cacharros, vestigios de días mejores. Colgaban de la pared estampas de santos y unos retratos de labradores de cierto abolengo. 

      Por las noches, los varones velaban arrimados a la lumbre trenzando tomiza* o haciendo pleita*, cachazudos* mientras comentaban los estragos de la filoxera, el tizón y todas las plagas que esquilmaban las cosechas. Las mujeres tejían calceta, recosían ropones de la labranza y los zancajos*, poniendo soletas* de pana en los calcetines para hacerlos durar porque las abarcas los destrozaban sin miramiento. En una pausa, el más ilustrado sacaba de la alacena un folletón mugriento por el sobo de varias generaciones y lo leía deletreando en voz alta. Aunque todos se lo sabían de memoria parecía como si lo escucharan por primera vez, a juzgar por las impresiones que en ellos provocaban. ¡Cómo se enternecían con los episodios de Nuestra Señora de París! ¡Cómo vituperaban contra los malvados enemigos del Conde de Montecristo y del Abate Farías, y participaban enardecidos con las hazañas de los Tres Mosqueteros! Cuando salía algún bostezo de debajo de aquellos pañuelos negros, que llevaban las mujeres cubriéndoles la cabeza, se terminaba la velada. Cada cual se iba donde le tocaba dormir: uno en el camastro de la cuadra para cuidar a las bestias, otro en la banca y los demás en el lecho. La pobre cabra miraba sin comprender. Observaba como alucinada, tal vez soñando con verdes prados y, a sus ubres prendido, con un recental que jamás pudo lograr porque se lo quitaban para no mermar la ración de la familia. 

María Rius Zunón – La Gaveta, V relato. Pág. 31

 

 

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GLOSARIO DE TÉRMINOS EN DESUSO:

*Amaltea: En la mitología griega era una ninfa-cabra que alimentó con su leche al dios Zeus.

*Arrecido: congelado, helado. 

*Cachazudo: Que tiene "cachaza" (parsimonia). 

*Chinero: mueble o alacena donde se guardaban las piezas de porcelana o cristal. En las casas de postín se usaba para guardar la porcelana china.

 *Chota: cría de la cabra mientras mama. Coloquialmente también se llamaba así la cabra.

 *Chubesqui: Especie de estufa redonda y de chapa, que se alimentaba por arriba al no tener tolva, y funcionaba con leña o carbón. Al ser su superficie lisa, se usaba también como hornillo para cocinar.

 *Macolla: Conjunto de flores, tallos y espigas que nacen de un mismo pie. Diccionario R.A.E.

 *Peludo: Alfombra generalmente redonda, afelpada o de esparto trenzado que tiene flecos alrededor.

 *Pleita: Fajas o tiras de esparto trenzado que cosidas con otras sirve para hacer esteras, sombreros, aguarones y otras cosas útiles. Solían trenzarla en las tardes y sonochadas de invierno los agricultores mayores.

 *Tomiza: Cuerda o soguilla de esparto trenzado.

 *Velador: mesita generalmente redonda y de un solo pie que sirve para poner algún adorno o lámpara. Su nombre viene del siglo XVIII, cuando se usaba para poner las velas que alumbraban la habitación, y de ahí viene su nombre.

 *Zancajos: Refuerzo que se cosía al calcetín o peal para que durase más sin romperse por el roce con las abarcas (en Tarancón se les llamaba albarcas) que usaban los labradores en las faenas agrícolas y destrozaban los calcetines y en menor medida los peales.

 




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Pedro López Ocaña

8-11-2020

 

 


jueves, 26 de noviembre de 2020

 



La tía Danzanta 

 

A MODO DE INTRODUCCIÓN 

En el I relato de La Gaveta, María Rius, cuando preguntaba al caminante por aquellas cosas y personas que recordaba de su añorado Tarancón, entre otras, cita “la cueva de la Danzanta”. En el relato que sigue a estas líneas, no nos dice si la tía Danzanta vivía en alguna de las cuevas del Camino Real de Cuenca, es decir, de la Cuesta de la Bolita. 

Si aquella Danzanta y la Tía Danzanta eran la misma persona, no lo podemos saber a ciencia cierta, pero es posible que sí, y su vida no fue un camino de rosas, pero al parecer era un personaje real, una mujer valiente y luchadora que sacó adelante a base de mucho trabajo y privaciones a sus hijos, con una valentía y dignidad que sólo las madres son capaces de sacar de su interior, y esoa pesar de los muchos disgustos que le trajo un marido bebedor, vago y pendenciero. 

María nos describe a la perfección un Tarancón muy pobre, con barriadas en las que se cebaba la falta de trabajo y oportunidades, es decir: la pobreza.

P.L.O.

 

 

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La tía Danzanta 

Era un manojo de nervios, sufrida y fuerte como el tronco de un olivo. Las arrugas que grababan su frente parecían fecundos surcos de besana. Tenían sus brazos nervudos y sarmentosos el patético escalofrío de la cepa desnuda. Su mano era raíz que ahondaba en la faena por un instinto de conservación. La vida había sido dura con ella. 

Tantos años tenía, que había perdido la cuenta. “Allá cuando los carlistas”, solía decir, recordando sus años mozos.  Todavía seguía trabajando para ganar el pan que comía. Mantenía las fuerzas, gracias a su constante actividad y la tonificante ‘sopeta de vino’* que tomaba después del sopicaldo. Era una miaja* de pan, mojada en tinto, que le daba calor a la entraña y la libraba de histéricos* y flatos*. 

Aquella viejecita tan menuda, tan pulida, tan pizpireta, parecía una figurita del belén de los niños. Tenía un andar airoso, los años no habían podido encorvar su busto erguido, galleante* y retador; porque no desdeñaba la pelea cuando le buscaban las cosquillas. Amplias sayas, jubón ceñido, toca de merino y pañuelo de cuatro puntas a la cabeza, componían su indumentaria de gala, con aquellas botas de agujetas, que eran todo un poema. Databan de largos años, tal vez de la guerra de los carlistas. Sólo las calzaba en las grandes solemnidades y los domingos para ir a misa; les tenía un respeto y unas atenciones como si se tratara de cosa sagrada. Cuando se las quitaba, después de bien lustradas, las volvía a guardar envueltas en un trozo de bayeta en el cofre de piel de cabra que tenía a los pies de la cama, sobre unos banquillos de madera. Los demás días calzaba unos zapatos de pana. Debía haber sido moza de grandes atractivos y muy graciosa. Se enamoró de un real mozo, bien parecido, ignorando la suerte que le esperaba; lo vio danzar en las fiestas del lugar y quedó prendada de su destreza. Se casó con él y después vino el desengaño, porque a aquel hombre sólo le gustaba la borrachera y la diversión. Rehuía el trabajo y, cuando no estaba en la taberna, se pasaba el tiempo entre el serijo* de zalea* y el jergón de la cama. Tuvieron varios hijos que ella sola sacó adelante asistiendo en las casas; haciendo recados y lavando ropa en el río y en los tinajones de los corrales. Cuando venían los hielos, la vida de aquella mujer era una tragedia, afrontada con valentía heroica. Cuando se emborrachaba el marido, la insultaba y en sus carnes dejaba las huellas de las palizas. Más de una vez se quedaron sin comer, bien porque volcara la sartén de las gachas o estampara el puchero de las judías en una valentonada de borracho. La mujer tenía que matarse trabajando para que aquellas criaturas no muriesen de hambre; el marido no solo holgazaneaba sino que la obligaba con amenazas a mantenerlo y a pagarle los vicios. A veces la tomaba con los chicos, y ella, para evitar represalias brutales, no tenía más remedio que ceder. En el fondo no era mal hombre y, en los escasos ratos que conservaba su lucidez, era ocurrente y ameno. Con los suyos se mostraba cariñoso, pero en cuanto bebía lo echaba todo a perder y se volvía brutal. Para los chiquillos tenía un atractivo especial cuando estaba sobrio y nos asombraba con sus profecías y refranes de Almanaque Zaragozano. Lo mirábamos como un ser mitad bruto, mitad sabio. De todo entendía un poco, sus respuestas a cualquier pregunta o consulta eran contundentes. Cuando tratábamos de ocultar las consecuencias de nuestras travesuras, por miedo a la reprimenda familiar, a él recurríamos en busca de remedio: “Tío Zacarías, que se me ha metido una paja en el ojo”. ‒“Suelta un salivazo y reza un padrenuestro…” 

En las escalabraduras* nos aplicaba una tela de araña y en los procinos* una perra gorda que sujetaba con el moquero, rodeándonos la cabeza. Recuerdo aquella vez que le llevamos el recental* blanco que nos habían regalado en Nochebuena, para consultarle como debíamos alimentarlo, porque se había negado a comer. Después de examinarlo bien, movió con pesimismo la cabeza y nos dijo: “No tiene remedio, este cordero está repiso* de haber nacío”. Y efectivamente, aquella noche se murió. 

Tocaba el acordeón y sus piezas preferidas tenían todas una cadencia dulzona, sensual, de lejanas tierras tropicales. Había estado en la guerra de Cuba y sentía la nostalgia del bohío*, los danzones* con las mulatas y el licor de caña. Conservaba una fotografía, muy borrosa, vestido de soldado; uniforme de dril* rayado, chacó* y alpargata valenciana. Era el único retrato que se había hecho en su vida y estaba colocado en un marco de rafia a la cabecera de la cama. Vivió bastantes años, pero un día sin duda se sintió repiso de haber nacío y se marchó al otro mundo dejando a la viuda muy consolada y dando gracias a la Virgen por haberla escuchado en sus ruegos. Éstos eran sobrevivir al marido tres años por lo menos, con el fin de conocer la tranquilidad y disfrutar a su manera, sin sobresaltos ni palizas. Cuando se vio sola, no supo qué hacer de su libertad. Sus hijos entonces estaban bien colocados; le habían comprado una casita y atendían sus necesidades. No tenía por qué preocuparse, pero el trabajo estaba tan arraigado en ella que no podía permanecer ociosa y mendigaba servicios y faenas sin remuneración, con el solo afán de ser útil. Si notaba resistencia en complacerla por miramientos a su edad, entonces soltaba con todas sus energías un “pelotero barco, todavía valgo” y se salía con la suya. 

Iba todos los días a misa y después se la veía por las calles, arrebujada en la saya que se echaba por la cabeza a manera de manto, haciendo recados en las casas ayudando en las faenas. En el rescoldo de la chimenea siempre tenía dispuesto un puchero de barro con las sopas o las judías que cocían parsimoniosamente, arrimadas al montón de paja que servía de combustible. 

Algunas noches le hacíamos compañía alrededor del fuego, escuchando sus leyendas y canciones. Recuerdo una, por la cual tenía predilección: 

Si vas a la fuente a por agua

me lavarás este hatillo* de ropa,

con gusto y gana.

Que la niña del amor

lava la ropa a gusto

y sin jabón se lava,

la tiende, la plancha.

Nos gustaba hacerla rabiar y ella se divertía con nuestras fechorías, pero lo disimulaba poniendo una cara muy circunspecta y soltando “pelotero barco”, que era la rúbrica de sus estados de ánimo. 

Cumplido el plazo para disfrutar de su viudez, la Virgen Santísima acudió a la cita y un buen día se la llevó de la mano despacito, sin hacer ruido… 

Se fue con sus botas tan lustradas, tan pulidas. Su cuerpo pulcro, ligero, casi etéreo, apenas si dejó huella en el lecho de su muerte. 

María Rius Zunón.

LA GAVETA, pág. 25. IV relato.

 

 

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GLOSARIO DE TÉRMINOS EN DESUSO 

*Boío: Cabaña de América hecha de madera y ramas, cañas o pajas, y sin más respiradero que la puerta. 

*Chacó: Morrión propio de la caballería ligera, y aplicado después a tropas de otras armas. 

*Danzones: Baile cubano similar a la habanera. 

*Dril: Tela fuerte o de hilo o algodón crudos. 

*Escalabradura: Descalabradura, herida recibida en la cabeza. 

*Flatos: Acumulación molesta de gases en el tubo digestivo. O bien, Melancolía, tristeza. 

*Galleante: Presumir de hombría, alzar la voz con amenazas y gritos. Enfurecerse con alguien diciéndole injurias. 

*Hatillo: Hato o lío de ropa pequeño. 

*Histérico: Muy nervioso y alterado, arrebato de histeria.  Anque no venga en el diccionario, creo que se confunde con la palabra “estérico”, que no viene en el diccionario y que en Tarancón llamamos así a la regurgitación que nos viene a la boca de ácido del estómago mezclado con el sabor muy desagradable de la comida a medio digerir. 

*Miaja: Migaja, porción pequeña de algo. Desperdicios o sobras de alguien que aprovechan otros. 

*Morrión: Prenda del uniforme militar a manera de sombrero de copa sin alas y con visera. 

*Procino: Procede de “brocino”: chichón muy abultado en la frente. Se ponía sobre él una moneda con un vendaje prieto para intentar rebajarlo. 

*Repiso: Arrepentido. 

*Recental: Cordero que todavía mama. 

*Serijo de zalea: Asiento cilíndrico bajo fabricado con esparto tejido, normalmente alrededor del fogón de la chimenea. Cuando la parte del asiento se forraba de piel de cabrito o cordero, era un Serijo de Zalea. 

*Sopeta de vino: o “poza”, consistente en una rebanada grande de pan, rociada con vino tinto y espolvoreada de azúcar. Se nos daba como merienda a los chavales, pero se alternaba cada día con otra modalidad de poza: de aceite con azúcar, mantequilla, sobrasasa, etc… o bocadillos de fiambre. 

P. L. O.

 

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En Tarancón: Opinión y Cultura

Pedro López Ocaña

26-11-2020