martes, 23 de mayo de 2017


OPINIÓN EXTERNA




      A veces me pregunto si los grandes partidos nacionales, y también los nacionalistas, valoran suficientemente la opinión de los votantes, o incluso del conjunto de sensibilidades de la sociedad a la que pretenden gobernar. No sé si son completamente conscientes de que su razón de ser es vender a los ciudadanos una particular visión de cómo cambiar a mejor la sociedad, en la que sus dirigentes, simpatizantes, votantes y ciudadanos en general, viven.
      Y digo “vender”, porque una idea ha de venderse como cualquier mercancía. Es decir, mostrar sus ventajas, seducir con la ilusión de un cambio a mejor y convencer de la posibilidad de conseguirlo por sus candidatos. El ciudadano ilusionado decidirá entonces cuál de las opciones que se le presenten elige  y la comprará con su voto; y de su grado de cumplimiento y capacidad de ilusionarle, dependerá en buena medida su fidelidad futura.
      En la última crisis del PSOE, me ha sorprendido la poca importancia que tanto el aparato, como los candidatos y la militancia, han concedido a sus votantes. ¿Cómo es posible que ninguno de ellos haya pensado, o al menos manifestado, que sin los millones de votantes que lo han sostenido, ese partido no podría haber sido viable? ¿Cómo es posible que nadie haya pensado que un voto no es para siempre?
      No es el único caso, lo vemos continuamente en todos los partidos, sólo cuenta la opinión, a veces radicalmente enfrentada entre sí, de militantes y diregentes, por lo que irremediablemente la ciudadanía llega a una conclusión: LOS PARTIDOS POLITICOS SON CLUBS PRIVADOS, y como tales, pertenecen a sus socios de cuota y carnet, sólo a ellos.
      El siguiente artículo de David Trueba, versa sobre este tema de una forma muy lúcida.


Pedro López Ocaña
En Tarancón: Opinión y Cultura


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FATIGA
Sorprende la incapacidad de los partidos tradicionales para entender que ellos por sí solos ya no transmiten, ya no conectan con la sociedad

DIARIO EL PAIS - 23 MAY 2017



El presidente francés Emmanuel Macron


      Puede que no hayamos valorado lo suficiente que Emmanuel Macron haya alcanzado la presidencia de Francia desde una plataforma personal ajena al poderío organizativo de los grandes partidos. Hasta las siglas que lo acompañaban no eran tanto un lema originalísimo, “En Marcha”, como un guiño a las iniciales de su nombre, a la idea de liderazgo personal, innegociable, no sometido a los dictados de un aparato difuso y marchito. Está pasando en otros lugares y en muchas democracias fatigadas, donde el partido es más un lastre que un trampolín. En España, quizá dos ejemplos de esa potencia del carisma personal y la vinculación del votante con personas que proceden de la sociedad civil, sin estar ensuciados por la vileza del escalafón de partido, sean las alcaldesas Carmena y Colau, que alcanzaron los Ayuntamientos de las dos ciudades más pobladas de España con la dulce música del verso libre.

      Es evidente que esta tendencia puede acoger también peligrosos personalismos, una visceralidad de lo individual es tan dañina como el mal que pretende combatir. Sin ir demasiado lejos a buscar un ejemplo, Trump representa un revolcón al aparataje de los dos grandes partidos norteamericanos, y se lleva la presidencia por ser el más ajeno a las componendas y la estampa tradicional del político de carrera. Sorprende pues la incapacidad de los partidos tradicionales para entender que ellos por sí solos ya no se bastan, ya no transmiten, ya no conectan con la sociedad. No pueden representar la renovación ni creerse por un día que liderarán esa cierta tendencia antisistema tan expandida en la sociedad. La mediocridad de sus liderazgos, su incapacidad para generar desde dentro personas con ideas, con instinto renovador, con visión de conjunto, les obliga a virar sus hábitos organizativos. 

      Mientras no lo hagan, ni entiendan cómo hacerlo, van abocados a la catástrofe, especialmente los partidos con vocación progresista, pues sus votantes son exigentes, críticos y más idealistas que pragmáticos. Es harto complicado imaginar que de la oscura militancia, que se mueve con una dinámica propia en la pelea por un sitio en las Administraciones salga el liderazgo futuro de tantos países sumidos en una crisis de identidad, de fe democrática, de confianza en la capacidad de la política para cambiar a mejor la vida cotidiana de los ciudadanos. La personalidad, el talento, la fuerza creadora y el poder de seducción son cada día virtudes más escasas,  por eso los partidos tienen que salir a buscarlas en la sociedad y atraerlas para la política y dejar de parodiar con sus recursos de antaño una nueva piel que está vieja y cuarteada.

DAVID TRUEBA



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