Cincuenta y seis castellanos
furiosos
JESÚS TORBADO – Diario El País. 28/02/78
Sobre
ascéticas sillas de tijera, cual correspondía a los protagonistas de aquella
furia previsible, se fueron sentando unos cuantos castellanos para escuchar el
sermón de un jesuita vestido de paisano, burgalés de nación y catedrático de
Historia del Derecho en la Universidad vallisoletana. No sólo había allí
castellanos viejos descendientes de la pata de El Cid y amamantados a los
pechos de don Francisco de Quevedo, fantasmas de reyes destronados y almas a
las que el bautismo de la castellanía condenó para siempre; había también
castellanos jóvenes y asombrados, damas de hogaño con peinado de zanahoria
rallada o de escarola invernal. En total, unos 56.Gonzalo Martínez Díez se
disponía a dar en la Casa Regional de Palencia una conferencia titulada «Castilla-León,
víctima del centralismo», apertura de un breve ciclo en torno al «Nacionalismo
castellano-leonés». Yo acudí una hora antes sospechando que ya Incluso me
tocaría quedarme en la puerta, pues un tema de esa envergadura ofrecido a la
población madrileña, que cuenta con dos o tres millones de castellanos,
volcaría sobre el modesto salón de los palentinos exiliados a una vigorosa
fauna de fotógrafos, periodistas, docentes, discentes, parlamentarios y líderes
políticos.
Me
equivoqué una vez más: quedaban sillas vacías. Ni uno solo de los periodistas
castellanos que todos los días escriben Calalunya e hinchan los comunicados de
los partidos abertzales, estaba allí, aunque habían sido avisados. En cuanto a
los políticos, unos días antes se habla demostrado en Burgos que Castilla no
tiene padres en el Parlamento, sino padrastros, y en los concurrentes todos
vibraba la convicción de que los políticos castellanos estaban traicionando a
sus electores, los de una mano y los de la otra, como habían traicionado a
Castilla reyes y condes, recaudadores de impuestos y poetas, desde aquel día de
1469, cuando las aciagas bodas de doña Isabel. (¡Ay si los castellanos hubiesen
escuchado a Enrique IV!)
Durante
casi dos horas el abogado jesuita se fue sacando de la sotana que no llevaba el
más abultado memorial de agravios que alguien pueda urdir. Los periódicos del
sábado siguiente no ofrecieron una sola línea como resumen de sus diatribas y
esa confirmada presunción encendía aún más los adormecidos espíritus de los 56
castellanos, de modo que hubiera sido posible que todos salieran a la calle con
las ballestas cargadas o dispuestos por lo menos a patear los adoquines. Martín
Villa, leonés de Santa María del Páramo y reciclado en Madrid y Barcelona,
había dicho poco antes a sus paisanos que nada de pedir ellos autonomías,
estaría bueno, que Tarradellas sólo quería una en España; que, en todo caso,
les bastaban los privilegios de la leyenda y no debían rechazar los privilegios
de los otros.
Pero
Gonzalo Martínez no era un demagogo. Aparte de sus ristras de números, vino a
decir que podía llegar un tiempo en que los castellanos se cansaran y que
entonces sabrían los gobiernos de Madrid cuánto valía lo poco que ya queda en
Castilla. Las cifras ofrecidas dejan tan atónito al oyente que resulta difícil
asimilarlas. Y mientras unos castellanos decían: «No nos resignaremos a
desaparecer», otros suplicaban que se les dejara morir en paz porque lo sabían
todo, lo habían sufrido todo y eso ya no tenía remedio.
Se equivocaban
de terminología los parlamentarios al hablar de «Nacionalidades y regiones»,
pues deberían escribir «Nacionalidades y colonias», ya que la palabra nación
parece borrada de los diccionarios. Castilla ha sido y es la gran colonia,
decía el conferenciante. Y luego se limitaba a demostrarlo con aquellos números
que llenaban de furor a los oyentes. Imagino que dentro de unas semanas, antes
de la concentración en Villalar del 23 de abril, estos números aparecerán
grabados con letras de barro a las puertas de todas las ciudades castellanas, o
lo que de ellas quede.
Sosteniendo la historia con las manos, que es tal vez lo único que
Castilla posea hoy, y amasándola con las cifras más violentas de la actualidad,
Gonzalo Martínez va por la meseta inyectando un poco de rabia en las
adormecidas sangres de aquellos que envueltos en sus harapos desprecian lo que
ignoran, según la taumaturgia demagógica de Antonio Machado, porque se han
llevado la sabiduría a otra parte, lo mismo que la riqueza y a los hombres mismos.
En los
últimos treinta años han emigrado de Castilla-León millón y medio de personas,
pero en 1595 Mayorga de Campos tenía casi doble población que San Sebastián
(633 vecinos contra 372), Paredes de Nava era como Santiago de Compostela y
Valladolid era superada solamente por Toledo dentro de la Península. ¿Por qué
se fueron tantos? No porque se tratase de una «raza inferior» –como decía el
presidente de la Generalidad, Maciá–, no porque vivieran en una tierra mísera,
como han dicho todos los políticos. ¿Por qué se fueron y por qué siguen
yéndose?
«Cuando
nosotros éramos nosotros», Castilla tenía el 83% de la población de España,
pero un campesino castellano pagaba, durante todo el siglo XVI, cinco veces y
media más de impuestos que un ciudadano de la Corona de Aragón. Durante el
siglo siguiente, pagaba 8,38 veces más cada castellano que cada aragonés o
catalán. Después de la reforma del gran azote de Cataluña, Felipe V, un
castellano pagaba 29,5 reales de impuesto, mientras un catalán pagaba solamente
11,5. Las razones de las luchas independentistas catalanas y vasconavarras son
las razones del deseo de no pagar. «Los que tiran la piedra se vendan enseguida
la mano», decía Gonzalo. Y don Francisco de Quevedo escribía al Padre Nuestro
Señor Felipe IV:
En Navarra y Aragón no hay quien tribute ya un real;
Cataluña y Portugal
son de la misma opinión;
sólo Castillay León
y el noble pueblo andaluz llevan a cuestas la cruz.
Pero ¿de
qué sirven ahora los agravios de la historia? Hoy mismo una imprenta burgalesa
paga de impuestos un millón de pesetas al año; la misma imprenta en Navarra
paga 50.000 pesetas. ¿Solución? La imprenta castellana se va a Navarra (y los
que en ella trabajan, también). El INI, que nace para «disminuir los
desequilibrios regionales», opina, por ejemplo, que no es rentable
industrializar Castilla e instala la Seat en Barcelona. Luego, la empresa
privada (Renault) elige Castilla. De 230.000 puestos de trabajo creados por el
INI, las once provincias castellano-leonesas tienen 5.000, y de naturaleza
extractiva: saltos eléctricos uranio y nucleares.
De los
créditos de los nueve bancos oficiales hasta 1970, a cada español
corresponderían 5.000 pesetas. Un navarro -que no paga impuestos al país común-
se ha llevado- 50.000; un vasco, 17.000; un segoviano, 2.000. Esta ha sido la
aplicación del dinero público en estos tiempos de centralismo y hegemonía
castellana.
Ahora
mismo, de un crédito para deudas de entidades locales (organizado por el
difunto señor Viola siendo director general de Administración Local), de 28.000
millones de pesetas, han correspondido para todo León y Castilla menos de 1.000
millones y 14.000 millones (la mitad del total) para la provincia de Barcelona.
Por ejemplo.
Un
constructor leonés debe cargar un 15% de impuestos en la obra a la que
concurra. Si es navarro o está establecido en Navarra no cargará un duro porque
el famoso Concierto le exime: se llevará, pues, la obra y esta obra se
levantará en León o en Medina del Campo. ¿Por qué tantas empresas están
domiciliadas en Alava o Navarra? ¿Por qué la sede social del Talgo de los Oriol
está en Ribabellosa? Navarra se lleva 6.000 millones de pesetas a cuenta
nuestra, dice Gonzalo, y es una situación tan ridículamente injusta y absurda
la de los Conciertos que los del Mercado Común, cuando se enteraron, se partían
de risa y afirmaban que jamás podría entrar en la Comunidad un país con tales
repartos de privilegios por el riesgo de que todas las grandes empresas
europeas se establecieran en Navarra.
Los
impuestos percibidos del 95% de las vacas leonesas se pagan en Cataluña a
través de las multinacionales lecheras y como el que más recauda más recibe, la
riqueza de Castilla se queda fuera. La leche de Hospital de Órbigo (León), se
envasa condensada «bajo licencia de Granja Castelló, SA, Mollerusa (Lérida)»,
según pone en el bote.
Si faltan
vino o corderos en Castilla se realizan «importaciones de choque» para que no
suban los precios al consumidor. ¿Cuándo se han importado televisores en color
alemanes, que valen la mitad que los fabricados en Madrid o en la sometida
periferia? Hace veinte años, un campesino pagaba unos zapatos alicantinos con
diez kilos de trigo; hoy necesita cien kilos. Cuando el pacto de la Moncloa
autoriza subidas salariales del 22%, a los agricultores se les autoriza el 8%.
El otro
día los zamoranos (algunos de cuyos pueblos no están aún electrificados)
pidieron cinco céntimos por cada kilovatio producido en la provincia. Se les
dijo que no con malas palabral. Pero Castilla (un 9% de la población) produce
el 23% de la energía eléctrica y nada gana con ello, salvo que se impida crear
regadíos y que esa energía les cueste lo mismo que a los de Tarragona, a pesar
de las pérdidas de transporte: un 20%. Los impuestos se recaudan en el lugar de
la comercialización, como si la riqueza eléctrica fuera creada en Bilbao, y no
junto al río Esla. De todos modos, estas provincias excedentarias de energía
eléctrica han sido elegidas para instalar en ellas centrales nucleares (León,
Salamanca, Zamora). El hierro y el carbón leoneses mantienen vivos, con los
obreros «coreanos», los altos hornos de Avilés y de Vizcaya. En Castilla,
mercado reservado para las «nacionalidades», no se pueden montar industrias.
Ahora,
algunas cajas de ahorro castellanas se han negado a entregar su dinero al
Estado centralista, que hasta hoy lo ha invertido preferentemente en las
provincias periféricas. Con sólo seis meses de ahorro de las cajas se habría
concluido el Plan de Tierra de Campos, que lleva diez años atascado y que
básicamente ha consistido en rellenar los baches de algunas carreteras. Y lo
que podría ser un paraíso para la ganadería -es el lugar mejor dotado de Europa
para el crecimiento de la alfalfa- es un vasto páramo vacío. No interesa regar.
Interesa crear energía eléctrica para las fábricas extramesetarias.
Los
agravios se multiplican con números y documentos. Castilla se ha sacrificado
por toda España y sólo ha recogido pobreza, menosprecio e insultos. Pero
Gonzalo Martínez cree que un día u otro los castellanos van a resucitar al Cid,
o que surjan nuevos comuneros y toda una región expoliada por tres monarquías
foráneas, manipulada por políticos vendidos a las oligarquías periféricas y
madrileñas -incluso los políticos indígenas- se ponga en pie para exigir los
mismos privilegios que los demás tienen o, si no se acepta este principio de
justicia, para volver a las fronteras de 1468. Esto dijo Gonzalo en su
conferencia. Y como ningún profesional hizo resumen de la misma, lo hago yo,
que soy miembro de la vieja tribu aniquilada.
********
NOTA: Salvando la distancia de años, que ya
es, y no precisamente para mejorar, no sé por qué Jesús Torbado, leonés de
nacimiento, se cree que Castilla es sólo Castilla-León, y de Castilla la Nueva,
sólo se acuerda de Madrid como capital del reino y como fuente de todas las
traiciones a Restoespaña, que las hubo y gordas, pero le queda recordar o
releer que Castilla la Nueva era por aquel entonces –todavía naciendo las autonomías–, una parte más de los
anteriores troceamientos a los que se sometió a Castilla –la Submeseta Sur–,
era otro puñado de provincias castellanas cruzando la sierra de Guadarrama o
Gredos, es decir, de la aniquilada tribu.
De todas formas, lo mismo nos hubiera
dado, pues Castilla del Norte y Castilla del sur, parece ser que seguimos de
espaldas y mirándonos nuestros respectivos ombligos. Y así nos va, y peor que
nos irá.