EL DECLIVE DE LA LIBERTAD DE PRENSA
Europa corre el riesgo de precipitar en el abismo el sistema que
garantiza la libre expresión si para combatir el odio o las noticias falsas
utiliza medidas similares a las que aplican dictaduras o regímenes autoritarios
Foto: NICOLÁS AZNÁREZ
Por FLEMMING ROSE
DIARIO EL PAÍS - 20 ABR 2017
A primera vista, la libertad de prensa
vive una edad dorada. La tecnología digital permite que cualquiera con un
smartphone pueda comunicarse con miles de millones de personas, decir o
escribir lo que quiera y hacerlo público de inmediato sin pedir permiso a
nadie. Pensábamos que la llegada de
Internet representaba el fin de la censura. En 2011, un líder de la revolución
egipcia afirmó: "Si queremos liberar a un pueblo, démosle Internet".
Hoy, sin embargo, podríamos decir: si
queremos que un Gobierno tenga más poder, nos vigile y reprima más nuestras
libertades, démosle Internet y la tecnología digital.
En todo el mundo se consolidan nuevos
sistemas de control. Los periodistas sufren una represión sin precedentes. Los
Gobiernos ejercen cada vez más soberanía sobre la Red, establecen fronteras
nacionales e imponen sus propias leyes y restricciones.
Es lo mismo que sucedió con otras
tecnologías, desde la imprenta en el siglo XV hasta la radio y la televisión en
el XX. Al principio, parece que la nueva tecnología va a ser liberadora, hasta
que los Gobiernos encuentran maneras de manipularla y controlarla en su propio
beneficio.
¿Qué
pasa en Europa? ¿Está acosada aquí la libertad de prensa?
En Turquía hay más periodistas
encarcelados que en ningún otro país del mundo –un tercio del total–, incluidos
China, Corea del Norte y Cuba, y, desde el golpe de Estado, se han cerrado 160
medios. Es un hecho inquietante, porque Turquía aspira a ser miembro de la UE,
una comunidad política basada en la democracia, el principio de legalidad y los
derechos y libertades individuales.
“Todos los Estados de la Unión Europea excepto dos,
tuvieron
menos libertad de prensa en 2016”
También está mal la libertad de prensa en
Rusia, aunque mueren menos periodistas que hace 10 o 15 años y hay menos
encarcelados. El Kremlin indica a los presentadores y editores de informativos
de televisión lo que deben decir y lo que deben callar. El Gobierno ha aprobado
leyes que restringen la libertad de prensa en Internet y obliga a las redes
sociales a cooperar y a censurar a los disidentes. Se ha condenado a blogueros
por denunciar la anexión de Crimea. El año pasado, cuando lo critiqué en Moscú,
el director de la agencia de noticias Rossiya Segodnya respondió que en Rusia
la armonía social era más importante que la libertad de expresión.
Ahora bien, Putin y Erdogan no son
dictadores en sentido estricto. El director del Comité para la Protección de
los Periodistas, Joel Simon, los llama democradores. Prefieren la manipulación
a la fuerza y tienen el apoyo de la mayoría. Los dictadores controlan la
información, los democradores la manejan. Los democradores ganan elecciones,
los dictadores las repudian. Toleran los medios privados pero los hostigan con
procesos, inspecciones fiscales, manipulación de la publicidad oficial y otras
medidas aparentemente razonables, como prohibir el lenguaje de odio, el
extremismo y el apoyo al terrorismo; unas restricciones que las democracias
también emplean, pero de forma más contenida. Así, Erdogan y Putin pueden
presumir de que respetan el derecho internacional.
Turquía y Rusia -y Bielorrusia, otra
antigua república soviética- nos demuestran que la libertad de prensa está en
declive. La novedad es que está extendiéndose a Europa central y occidental. En
Hungría, las autoridades acosan a los periodistas críticos y crean dificultades
económicas para los medios que no siguen la línea gubernamental. En Polonia,
también. Incluso en Francia y Alemania, miembros fundadores de la UE, y en
Reino Unido, la cuna de la Carta Magna.
Según Reporteros sin Fronteras, todos los
Estados miembros de la UE excepto dos tuvieron menos libertad de prensa en 2016
que en 2013. Lo mismo asegura Freedom House. Las leyes contra los delitos de
odio, concebidas para luchar contra el terrorismo y el extremismo, se aplican
hoy a las palabras polémicas pero no violentas de los cómicos, los detractores
de la inmigración y el islam y los musulmanes contrarios a la democracia y a
Occidente.
Los Gobiernos de Europa occidental
defienden esas restricciones con un lenguaje inquietantemente similar al de los
dictadores. El Gobierno británico, por ejemplo, que quiere prohibir el
extremismo, lo define como "la oposición de palabra u obra a los valores
británicos fundamentales: la democracia, el principio de legalidad, las
libertades individuales, el mutuo respeto y la tolerancia respecto a otras
creencias".
“Es comprensible que las democracias liberales
estén preocupadas por la desinformación”
Algo muy distinto de la actitud
tradicional de las democracias liberales frente a la disidencia. Durante la
Guerra Fría, en la mayoría de los países europeos había periódicos, partidos,
sindicatos y escuelas comunistas, que defendían un orden político y social
incompatible con los valores democráticos.
Recientemente, el Gobierno alemán,
apoyado por la comisaria europea de asuntos judiciales, Vera Jourova, ha
propuesto una ley para combatir la difusión de noticias falsas y lenguaje de
odio en las redes sociales, a fin de evitar la intromisión de Rusia en las
próximas elecciones y contener a los populistas. De aprobarse, Facebook y
Twitter deberían eliminar de inmediato las noticias falsas que inciten al odio
o arriesgarse a multas de hasta 50 millones de euros. El ministro alemán de
Justicia llegó a proponer penas de prisión por difundir noticias falsas, con un
lenguaje que recordaba al Código Penal soviético.
Es comprensible que las democracias
liberales estén preocupadas por la desinformación, pero la cura puede ser peor
que la enfermedad. No hace falta volver muy atrás para saber qué pasa cuando
los Gobiernos se erigen en árbitros de la verdad. En los dos últimos años,
Egipto ha condenado a seis periodistas de Al Jazeera a muerte o largas condenas
acusados, entre otras cosas, de difundir noticias falsas.
Por supuesto, las democracias europeas no
tienen nada que ver con la Unión Soviética y otros regímenes autoritarios. Pero
los instrumentos legales propuestos para eliminar las noticias falsas se
parecen mucho a los de los Gobiernos autoritarios para acallar las disidencias,
y eso es muy peligroso. No solo porque es incompatible con la libertad de
expresión, sino porque sienta un precedente que podría fortalecer a los
populistas que tanto temen los políticos tradicionales.
El límite entre noticias falsas y
libertad de expresión sería muy distinto para los populistas, que quizá
atacarían a los medios establecidos y "corruptos" en lugar de las
webs, los blogs y las redes sociales. Además, sería difícil que los Gobiernos
de Polonia y Hungría, cada vez más autoritarios, coincidieran con la Comisión
Europea y la canciller alemana en qué es una noticia falsa. Al recurrir a estos
instrumentos legales contra las noticias falsas, Europa corre el peligro de que
la libertad de prensa se precipite hacia el abismo.
––––––
Flemming Rose es investigador en el Cato Institute de Washington, DC, periodista
danés y autor de La tiranía del silencio (Oberón 2016).
Traducción de María Luisa
Rodríguez Tapia.
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