Salas, el politico tranquilo
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J.M. Salas |
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J.M. Salas |
La yincana...del Helipuerto
Cinco meses después de haberse inaugurado a bombo y platillo, el helipuerto de Tarancón todavía no se ha puesto en funcionamiento, afortunadamente. A día de hoy sería además imposible porque están en obras en la terraza de Urgencias, pero, incluso sin obras, trasladar a un enfermo desde Urgencias hasta la plataforma del helipuerto es muy complicado, una yincana.
Plataforma del Helipuerto de Tarancón |
Plataforma del Helipuerto de Tarancón |
El pasado 15 de Julio se inauguró oficialmente el helipuerto de Tarancón. Asistieron al acto alcaldes de toda la comarca, el presidente de la Diputación de Cuenca, el Consejero de Sanidad y el presidente de Castilla-La Mancha. Varios de los intervienes calificaron el Helipuerto como uno de de lo mejores de la región y de España. Pero la realidad es que, a día de hoy, ningún enfermo ha sido trasladado desde este Helipuerto.Yo no diría tajantemente que no se pueda trasladar a un enfermo grave pero las dificultades son muchas. En primer lugar, la camilla, con el enfermo, tiene que pasar por los pasillos llenos de pacientes que esperan turno para hacerse radiografías o análisis de sangre hasta llegar a la entrada del Centro de Especialidades y poder coger los únicos ascensores que tiene el Centro. Este recorrido, por la mañana, no es nada fácil y desde luego nada aconsejable para un enfermo grave. Al llegar a la primera planta, la camilla tiene que saltar por una ventana y digo saltar porque la ventana tiene un poyete considerable. Una vez en la terraza, la camilla debe sortear varios obstáculos, en plan zis zas, hasta llegar a la pasarela y cruzar a la plataforma. (Hemos dibujado unos planos, no exactos pero suficientes, para recrear el camino que debe seguir la camilla desde Urgencias hasta la plataforma del Helipuerto).
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Plano de la Planta Baja donde están las Urgencias |
Desde el 15 de Julio el protocolo del helipuerto se ha activado varias veces pero solo en una ocasión, un accidente en el Polígono Sendas de los Pastores , se ha trasladado al enfermo en helicóptero. Pero no se hizo desde el helipuerto sino desde un campo de fútbol debido, según la Gerencia del SESCAM de Cuenca, al mal tiempo y a las rachas de viento.
Lo peor de todo es la falta de transparencia que hemos encontrado en el Ayuntamiento, en el SESCAM y en la Consejería de Sanidad de Toledo. Nadie quiere hablar, ni que hablemos, de las dificultades que presenta el recorrido que tendrán que hacer los enfermos desde urgencias hasta la plataforma del helipuerto.
El alcalde, José Manuel López Carrizo, nos remitió a la concejal de Salud y Sanidad, Noelia Caballero, quién para empezar no sabia si el Helipuerto se sabía utilizado o no se había utilizado. Tampoco tenía claro si la camilla salía de la Primera Planta a la terraza por una ventana o por una puerta. Y dudaba si toda la terraza estaba llena de graba o la camilla se podía deslizar por una estrecha pasarela de baldosas. Lo único que nos dijo fue, textualmente : ¨Está claro que la camilla no va ir dando botes¨. A pesar de no recordar todos estos detalles, lo que sí nos aseguró es que el día de la inauguración las autoridades y ella misma habían hecho el recorrido completo. Pues va a ser que no, porque en ninguno de los videos de la inauguración aparecen las imágenes de este recorrido.Y se puede comprobar. Para que la concejala no tenga dudas, publicamos fotos de la ventana-puerta y de la terraza por donde se debe trasladar a los enfermos.
A los dos o tres días de esta conversación con la responsable local de salud y sanidad, casualidades de la vida, han aparecido en la terraza del Centro de Especialidades una cuadrilla de albañiles. Nos hemos puesto en contacto de nuevo con la concejala y nos comenta que pueden ser obras habituales de mantenimiento, que lo desconoce porque no le han avisado, pero que no tienen nada que ver con el Helipuerto, ¨A mi no me consta que se necesite ninguna reforma en el recorrido. Se han destinado 500.000 euros y el helipuerto cumple los requisitos¨,
nos ha asegurado.
Terraza y pasarela que tiene que recorrer la camilla con el enfermo grave |
Fin de la terraza y enlace con pasarela de la plataforma del helipuerto |
Fdo. Antonio Parra
A MODO DE INTRODUCCIÓN:
Era frecuente en aquellos tiempos, y se prolongaría hasta
los sesenta y tantos, tener animales en la casa que complementaran la dieta
familiar, bien con la producción de leche o para el suministro de carne, para
aliviar la escasez de proteínas en la alimentación de las familias. Así,
era corriente que las casas tuviesen, al menos, un pequeño patio con su correspondiente basurero en el que arrojar las aguas sucias y otras
inmundicias, pues por entonces no había alcantarillado en el pueblo, y no lo
habría hasta mediados los sesenta. Lo más usual era tener gallinas, conejos, y si
quedaba espacio para “la corte” (la pocilga), uno o dos gorrinos (cerdos) y a
ser posible, una o dos cabras, a la que se hacía parir un par de veces al año y
se les retiraban las crías cuando llegaban a recentales y aún mamaban, para complementar la alimentación de la familia. Al haberse interrumpido la lactancia, para que no dejase de dar leche, se seguía ordeñando a la cabra para temer un suplemento alimentario o para hacer queso.
NOTA: las palabras señaladas con un asterisco es por haber caído en desuso, al final se explica su significado en el GLOSARIO PARA PALABRAS EN DESUSO.
P.L.O.
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“¡LEÑE con la chota* !Pero qué tozuda está… ¡Al remate no va a dejar ni una sola barba al peludo*! …y que se las manduca que da envidia verla. Lo mismo le pasa con las cáscaras de los piñones, y es que no es delicá para comer…”
¡Pobre cabra! Cada vez que pienso en ti se me nublan los ojos de piedad. Tú, tan resignada, tan humilde, tan insignificante, dentro de un pellejo raído y lleno de mataduras, prestando sumisa tus flácidas ubres para remediar la penuria de aquella pobre familia, ingeniándote siempre para matar el hambre o más bien engañarla. ¡Qué lucha por subsistir en aquellos prolongados inviernos! cuando la reja del arado se quebranta ante el terrón arrecido* por las fuertes heladas.
Ni una macolla*, ni tan siquiera un puñado de yerba, ni el consuelo de rumiar un ramujo de oliva que tú veías pasar ante tus ojos suplicantes, para alimentar, parsimoniosamente aquel chubesqui* que hacía las veces de estufa y de fogón para guisar. En cambio tenías licencia para compartir el calorcillo y la humareda de las ramas que te mermaban y pasearte por toda la casa si te apetecía. En aquella habitación se llevaban a cabo casi todas las faenas y necesidades de la familia; había otra, sin embargo, que le llamaban con vanidad ingenua la sala de respeto que estaba casi siempre cerrada. Su mobiliario consistía en una cómoda, unas cuantas sillas, un velador* y un chinero* en un rincón, donde había algunos cacharros, vestigios de días mejores. Colgaban de la pared estampas de santos y unos retratos de labradores de cierto abolengo.
Por las noches, los varones velaban arrimados a la lumbre trenzando tomiza* o haciendo pleita*, cachazudos* mientras comentaban los estragos de la filoxera, el tizón y todas las plagas que esquilmaban las cosechas. Las mujeres tejían calceta, recosían ropones de la labranza y los zancajos*, poniendo soletas* de pana en los calcetines para hacerlos durar porque las abarcas los destrozaban sin miramiento. En una pausa, el más ilustrado sacaba de la alacena un folletón mugriento por el sobo de varias generaciones y lo leía deletreando en voz alta. Aunque todos se lo sabían de memoria parecía como si lo escucharan por primera vez, a juzgar por las impresiones que en ellos provocaban. ¡Cómo se enternecían con los episodios de Nuestra Señora de París! ¡Cómo vituperaban contra los malvados enemigos del Conde de Montecristo y del Abate Farías, y participaban enardecidos con las hazañas de los Tres Mosqueteros! Cuando salía algún bostezo de debajo de aquellos pañuelos negros, que llevaban las mujeres cubriéndoles la cabeza, se terminaba la velada. Cada cual se iba donde le tocaba dormir: uno en el camastro de la cuadra para cuidar a las bestias, otro en la banca y los demás en el lecho. La pobre cabra miraba sin comprender. Observaba como alucinada, tal vez soñando con verdes prados y, a sus ubres prendido, con un recental que jamás pudo lograr porque se lo quitaban para no mermar la ración de la familia.
María Rius Zunón – La Gaveta, V relato. Pág. 31
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GLOSARIO DE TÉRMINOS EN DESUSO:
*Amaltea: En la mitología griega era una ninfa-cabra que alimentó con su leche al dios Zeus.
*Arrecido: congelado, helado.
*Cachazudo: Que tiene "cachaza" (parsimonia).
*Chinero: mueble o alacena donde se guardaban las piezas de porcelana o
cristal. En las casas de postín se usaba para guardar la porcelana china.
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Blog
En Tarancón: Opinión y Cultura
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Pedro López Ocaña
8-11-2020
La tía Danzanta
A MODO DE INTRODUCCIÓN
En el I
relato de La Gaveta, María Rius, cuando preguntaba al caminante por aquellas
cosas y personas que recordaba de su añorado Tarancón, entre otras, cita “la cueva
de la Danzanta”. En el relato que sigue a estas líneas, no nos dice si la tía
Danzanta vivía en alguna de las cuevas del Camino Real de Cuenca, es decir, de
la Cuesta de la Bolita.
Si aquella
Danzanta y la Tía Danzanta eran la misma persona, no lo podemos saber a ciencia
cierta, pero es posible que sí, y su vida no fue un camino de rosas, pero al
parecer era un personaje real, una mujer valiente y luchadora que sacó adelante
a base de mucho trabajo y privaciones a sus hijos, con una valentía y dignidad
que sólo las madres son capaces de sacar de su interior, y esoa pesar de los
muchos disgustos que le trajo un marido bebedor, vago y pendenciero.
María nos
describe a la perfección un Tarancón muy pobre, con barriadas en las que se
cebaba la falta de trabajo y oportunidades, es decir: la pobreza.
― P.L.O. ―
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La tía Danzanta
Era un manojo de nervios, sufrida y fuerte como el tronco de un olivo. Las arrugas que grababan su frente parecían fecundos surcos de besana. Tenían sus brazos nervudos y sarmentosos el patético escalofrío de la cepa desnuda. Su mano era raíz que ahondaba en la faena por un instinto de conservación. La vida había sido dura con ella.
Tantos años tenía, que había perdido la cuenta. “Allá cuando los carlistas”, solía decir, recordando sus años mozos. Todavía seguía trabajando para ganar el pan que comía. Mantenía las fuerzas, gracias a su constante actividad y la tonificante ‘sopeta de vino’* que tomaba después del sopicaldo. Era una miaja* de pan, mojada en tinto, que le daba calor a la entraña y la libraba de histéricos* y flatos*.
Aquella viejecita tan menuda, tan pulida, tan pizpireta, parecía una figurita del belén de los niños. Tenía un andar airoso, los años no habían podido encorvar su busto erguido, galleante* y retador; porque no desdeñaba la pelea cuando le buscaban las cosquillas. Amplias sayas, jubón ceñido, toca de merino y pañuelo de cuatro puntas a la cabeza, componían su indumentaria de gala, con aquellas botas de agujetas, que eran todo un poema. Databan de largos años, tal vez de la guerra de los carlistas. Sólo las calzaba en las grandes solemnidades y los domingos para ir a misa; les tenía un respeto y unas atenciones como si se tratara de cosa sagrada. Cuando se las quitaba, después de bien lustradas, las volvía a guardar envueltas en un trozo de bayeta en el cofre de piel de cabra que tenía a los pies de la cama, sobre unos banquillos de madera. Los demás días calzaba unos zapatos de pana. Debía haber sido moza de grandes atractivos y muy graciosa. Se enamoró de un real mozo, bien parecido, ignorando la suerte que le esperaba; lo vio danzar en las fiestas del lugar y quedó prendada de su destreza. Se casó con él y después vino el desengaño, porque a aquel hombre sólo le gustaba la borrachera y la diversión. Rehuía el trabajo y, cuando no estaba en la taberna, se pasaba el tiempo entre el serijo* de zalea* y el jergón de la cama. Tuvieron varios hijos que ella sola sacó adelante asistiendo en las casas; haciendo recados y lavando ropa en el río y en los tinajones de los corrales. Cuando venían los hielos, la vida de aquella mujer era una tragedia, afrontada con valentía heroica. Cuando se emborrachaba el marido, la insultaba y en sus carnes dejaba las huellas de las palizas. Más de una vez se quedaron sin comer, bien porque volcara la sartén de las gachas o estampara el puchero de las judías en una valentonada de borracho. La mujer tenía que matarse trabajando para que aquellas criaturas no muriesen de hambre; el marido no solo holgazaneaba sino que la obligaba con amenazas a mantenerlo y a pagarle los vicios. A veces la tomaba con los chicos, y ella, para evitar represalias brutales, no tenía más remedio que ceder. En el fondo no era mal hombre y, en los escasos ratos que conservaba su lucidez, era ocurrente y ameno. Con los suyos se mostraba cariñoso, pero en cuanto bebía lo echaba todo a perder y se volvía brutal. Para los chiquillos tenía un atractivo especial cuando estaba sobrio y nos asombraba con sus profecías y refranes de Almanaque Zaragozano. Lo mirábamos como un ser mitad bruto, mitad sabio. De todo entendía un poco, sus respuestas a cualquier pregunta o consulta eran contundentes. Cuando tratábamos de ocultar las consecuencias de nuestras travesuras, por miedo a la reprimenda familiar, a él recurríamos en busca de remedio: “Tío Zacarías, que se me ha metido una paja en el ojo”. ‒“Suelta un salivazo y reza un padrenuestro…”
En las escalabraduras* nos aplicaba una tela de araña y en los procinos* una perra gorda que sujetaba con el moquero, rodeándonos la cabeza. Recuerdo aquella vez que le llevamos el recental* blanco que nos habían regalado en Nochebuena, para consultarle como debíamos alimentarlo, porque se había negado a comer. Después de examinarlo bien, movió con pesimismo la cabeza y nos dijo: “No tiene remedio, este cordero está repiso* de haber nacío”. Y efectivamente, aquella noche se murió.
Tocaba el acordeón y sus piezas preferidas tenían todas una cadencia dulzona, sensual, de lejanas tierras tropicales. Había estado en la guerra de Cuba y sentía la nostalgia del bohío*, los danzones* con las mulatas y el licor de caña. Conservaba una fotografía, muy borrosa, vestido de soldado; uniforme de dril* rayado, chacó* y alpargata valenciana. Era el único retrato que se había hecho en su vida y estaba colocado en un marco de rafia a la cabecera de la cama. Vivió bastantes años, pero un día sin duda se sintió repiso de haber nacío y se marchó al otro mundo dejando a la viuda muy consolada y dando gracias a la Virgen por haberla escuchado en sus ruegos. Éstos eran sobrevivir al marido tres años por lo menos, con el fin de conocer la tranquilidad y disfrutar a su manera, sin sobresaltos ni palizas. Cuando se vio sola, no supo qué hacer de su libertad. Sus hijos entonces estaban bien colocados; le habían comprado una casita y atendían sus necesidades. No tenía por qué preocuparse, pero el trabajo estaba tan arraigado en ella que no podía permanecer ociosa y mendigaba servicios y faenas sin remuneración, con el solo afán de ser útil. Si notaba resistencia en complacerla por miramientos a su edad, entonces soltaba con todas sus energías un “pelotero barco, todavía valgo” y se salía con la suya.
Iba todos los días a misa y después se la veía por las calles, arrebujada en la saya que se echaba por la cabeza a manera de manto, haciendo recados en las casas ayudando en las faenas. En el rescoldo de la chimenea siempre tenía dispuesto un puchero de barro con las sopas o las judías que cocían parsimoniosamente, arrimadas al montón de paja que servía de combustible.
Algunas noches le hacíamos compañía alrededor del fuego, escuchando sus leyendas y canciones. Recuerdo una, por la cual tenía predilección:
Si vas a la fuente a por agua
me lavarás este hatillo* de ropa,
con gusto y
gana.
Que la niña
del amor
lava la ropa
a gusto
y sin jabón
se lava,
la tiende,
la plancha.
Nos gustaba hacerla rabiar y ella se divertía con nuestras fechorías, pero lo disimulaba poniendo una cara muy circunspecta y soltando “pelotero barco”, que era la rúbrica de sus estados de ánimo.
Cumplido el plazo para disfrutar de su viudez, la Virgen Santísima acudió a la cita y un buen día se la llevó de la mano despacito, sin hacer ruido…
Se fue con sus botas tan lustradas, tan pulidas. Su cuerpo pulcro, ligero, casi etéreo, apenas si dejó huella en el lecho de su muerte.
María Rius Zunón.
LA GAVETA, pág. 25.
IV relato.
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GLOSARIO DE TÉRMINOS EN DESUSO
*Boío: Cabaña de América hecha de madera y ramas, cañas o
pajas, y sin más respiradero que la puerta.
*Chacó: Morrión propio de la caballería ligera, y aplicado
después a tropas de otras armas.
*Danzones: Baile cubano similar a la habanera.
*Dril: Tela fuerte o de hilo o algodón crudos.
*Escalabradura: Descalabradura, herida recibida en la cabeza.
*Flatos: Acumulación molesta de gases en el tubo digestivo. O
bien, Melancolía, tristeza.
*Galleante: Presumir de hombría, alzar la voz con amenazas y
gritos. Enfurecerse con alguien diciéndole injurias.
*Hatillo: Hato o lío de ropa pequeño.
*Histérico: Muy nervioso y alterado, arrebato de histeria. Anque no venga en el diccionario, creo que se
confunde con la palabra “estérico”, que no viene en el diccionario y que en
Tarancón llamamos así a la regurgitación que nos viene a la boca de ácido del
estómago mezclado con el sabor muy desagradable de la comida a medio digerir.
*Miaja: Migaja, porción pequeña de algo. Desperdicios o sobras
de alguien que aprovechan otros.
*Morrión: Prenda del uniforme militar a manera de sombrero de
copa sin alas y con visera.
*Procino: Procede de “brocino”: chichón muy abultado en la
frente. Se ponía sobre él una moneda con un vendaje prieto para intentar
rebajarlo.
*Repiso: Arrepentido.
*Recental: Cordero que todavía mama.
*Serijo de zalea: Asiento cilíndrico bajo fabricado con esparto tejido,
normalmente alrededor del fogón de la chimenea. Cuando la parte del asiento se
forraba de piel de cabrito o cordero, era un Serijo de Zalea.
*Sopeta de vino: o “poza”, consistente en una rebanada grande de pan, rociada con vino tinto y espolvoreada de azúcar. Se nos daba como merienda a los chavales, pero se alternaba cada día con otra modalidad de poza: de aceite con azúcar, mantequilla, sobrasasa, etc… o bocadillos de fiambre.
P. L. O.
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En Tarancón:
Opinión y Cultura
Pedro López Ocaña
26-11-2020