viernes, 20 de noviembre de 2020

 EL FUEGO

A modo de introducción

          Éste es seguramente, el más corto de los artículos de La Gaveta. Un incendio en una pañería y la respuesta popular para extinguirlo. Un buen puñado de voluntarios y espectadores combatiendo el fuego sin apenas medios y ningún conocimiento sobre cómo apagar un incendio.

        No nos dice María en qué calle sucedió, pero sí que era una calle empedrada de adoquines, que en un tiempo en el que casi todas las calles de Tarancón eran de tierra arcillosa, arena y zahorra*, que en los inviernos lluviosos se convertían en auténticos barrizales. Sólo unas pocas estaban empedradas, principalmente la actual Avda. Miguel de Cervantes, que se había convertido en la carretera Madrid-Valencia, al igual que la calle Zapatería, que siempre fue el Camino Real de Cuenca. El dictador Miguel Primo de Rivera las empedró al modificar el trazado, que antes cruzando por Belinchón pueblo, venía por el Camino Viejo de Madrid, que llegado a la Hontanilla subía al pueblo y lo cruzaba por la calle de San Juan para salir a Zapatería y desde allí continuar camino hasta Cuenca. 


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EL FUEGO

 

A la salida de misa mayor, ante la expectación y el estupor de una oleada humana que daba su paseo dominguero por la calle principal, se declaró el incendio en la pañería de Juanillo el gorrero, a falta de bomberos profesionales y de medios adecuados, pronto se improvisaron cuadrillas de mozos. Voluntariamente se prestaron a combatirlo, formando cadenas con recipientes de agua que abastecían los pozos y aljibes de la vecindad. Otros se armaron de diferentes pertrechos como azadones, piquetas, escaleras y se dispusieron al asalto de la fortaleza. Enardecidos y envalentonados por la muchedumbre que los jaleaba con aplausos y aclamaciones como si se tratara de una fiesta taurina o de competiciones de bolos y cucañas, no se arredraron ante ningún obstáculo y arremetieron con todo lo que encontraban. A golpes de hacha destrozaron puertas, cristales y muros. Los enseres y artículos que arrojaban desde las ventanas se hacían añicos en el empedrado de la calzada. Este procedimiento idóneo de salvamento, hizo que la gente quedara sobrecogida y atónita sin dar crédito a los ojos. Cuando mayor era la expectación y el silencio, una voz quejumbrosa que salía del tejado, clamaba: “madre, madre, ¡mis pantalones!” Y otra que contestaba desde la calle: “Amuélate*. Si me hubieras hecho caso no los habrías destrozado y para las funciones* hubieran ‘estao’ tan hermosos”.

Pese a todo el desbarajuste se extinguió el incendio, que fue más espectacular que destructor. Al hacer balance se comprobó que la mayoría de los daños se habían originado por la ferocidad de los improvisados bomberos y por el pillaje de los desaprensivos. El pobre Juanillo se echaba las manos a la cabeza y decía: “Qué ruina, qué ruina. ¡Maldita sea! Si me lo llego a maliciar*, pronto os dejo intervenir en el fuego. Ya me hubiera apañado yo solo, aunque lo hubiera tenido que apagar a escupitajo limpio”.

Desde entonces, tal vez por resarcirse de las pérdidas, las gorras de Juanillo fueron aumentando de precio y disminuyendo de tamaño. Pero, como no hay mal que por bien no venga, al no podérselas encasquetar en el cogote, los mozos se las plantaban ladeadas y el clavel que lucían detrás de las orejas quedaba muy airoso.

María Rius Zunón. La Gaveta – III Relato

 

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Glosario de términos en desuso

*Amuélate: Fastídiate, etc…,  amolar: afilar o sacar punta a algún instrumento en la muela de esmeril, hoy se ha sustituido casi totalmente por ‘jódete’.

*Funciones: según el diccionario de la RAE, actos religiosos solemnes. En Tarancón, antiguamente se llamaba así a las Novenas a la Virgen de Riánsares que preceden a su festividad del 8 de Septiembre.

*Maliciarse: Sospechar, recelar, presumir algo con malicia.

*Zahorra: Gravilla de piedra. No hay otra traducción en el diccionario que le cuadre, pero en Tarancón se le llama ‘Zahorra’ a una mezcla de áridos (tierra arcillosa, arena, gravilla o cantos rodados de calibres variados.

 

 


 


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En Tarancón: Opinión y Cultura

Pedro López Ocaña

TARANCÓN

12-11-2020

 


martes, 17 de noviembre de 2020




 EL TREN CHURRERO
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A modo de introducción

Este artículo me recuerda cuando yo era un crío de 10 / 11 años y viajaba con mi padre a Madrid a revisiones médicas que eran frecuentes. El viaje siempre era en tren, en la clase de la gente corriente, no recuerdo si en segunda o en tercera, pero salvo que los vagones ya tenían alumbrado eléctrico, el resto era como lo describe María Rius unos cuantos años antes, tanto los asientos de madera, como el resto del mobiliario de los vagones, como los tipos humanos que ella tan finamente nos describe.

Recuerdo al vendedor de las tiras, largas y estrechas  llenas de números, que cada vez pasaba a vender para una nueva rifa, eran de un color distinto, y que repartía entre los viajeros a cambio de unas pesetas para optar al premio. Como mi padre era muy conocido por él, siempre nos tocaba la bolsa de caramelos.

A pesar de los muchos viajes que llevaba, no me separaba de la ventanilla, observando curioso cómo desfilaba ante mis ojos un paisaje que parecía girar en torno a un punto indeterminado del horizonte. Recuerdo que me llamaba la atención sobre todo, la lejana vista de una laguna que mi padre la llamaba el Mar de Ontígola. Yo no había visto todavía el mar, pero la verdad es que me lo imaginaba más grande y azul; o el Cerro de Los Ángeles de Getafe, que por entonces todavía estaba en ruinas por los bombardeos artilleros en un prolongado duelo a base de intercambiar bombas y obuses entre rojos y azules en la última guerra civil de España.

P.L.O.


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El Tren Churrero

 

De mi adolescencia recuerdo las cavilaciones y ajetreos que traía consigo un desplazamiento por ferrocarril; aunque el trayecto era bastante limitado porque raramente se sobrepasaban los cien kilómetros, parecía sin embargo, como si se tratara de una gran aventura o expedición al Himalaya. Si el destino era Madrid, se solía tomar el ‘tren churrero’ que partía de madrugada. El sereno* complaciente también participaba del viaje. Él hacía de avisador, con dos aldabonazos en la puerta advertía que era la hora de ponerse en macha. Fue siempre el despertador más eficaz y casi único, pues raro era el vecino que contaba con el ingenioso aparato* que más tarde se haría popular y maldecido a veces por los sobresaltos que producía la inoportuna campanilla. Algunos más devotos, se confiaban a San Pascual Bailón o a otro Santo predilecto, que debía despertarlos a cambio de unos padrenuestros que rezaban antes de dormir y el pacto quedaba concertado.

Con mucha antelación se preparaba el viaje minuciosamente. La Filaíza o la Cesárea eran las encargadas de proporcionar el medio billete, de aquellos de ida y vuelta que salían más económicos para el comprador y para el vendedor; ambos se beneficiaban con unos reales.

Día tras día se preparaba el viaje y los avíos. En el equipaje de los más previsores no faltaba el cabo de vela, pues era corriente que las lámparas de aceite que colgaban del techo de los vagones fallaran en su cometido, dejando al viajero a oscuras y salpicado de goterones pringosos. Muy laboriosa era también la preparación del almuerzo o merienda, reforzando la tortilla, magras y chorizos por si se retrasaba el tren o surgía algún imprevisto, además de las consabidas invitaciones e intercambios entre los compañeros de ruta. Los viajeros de tercera gozaban de grandes ventajas ajenas a la RENFE. No faltaba solidaridad; se ayudaba al necesitado, se compartían vituallas, mantas, cigarros y el buen humor que se prodigaba para hacer más soportable la falsilla* que dejaban marcada en las posaderas las tablas de los desvencijados asientos. Al ponerse el tren en marcha, aparecían los vendedores ambulantes y los que rifaban chucherías trasnochadas: bolsas de caramelos, galletas,… De una baraja mugrienta repartían naipes a cambio de unas perras; pasado algún tiempo volvían para cantar la carta premiada por arte de birlibirloque*. Nadie sabía cómo se verificaba el sorteo. El agraciado, después de recibir las felicitaciones calurosas como si se tratara del Gordo de Navidad, se mostraba ufano y generoso repartiendo el premio entre los compañeros.

Era frecuente encontrar agazapado debajo del asiento a algún maletilla o desgraciado que se había colado de ‘matute’*, por carecer de recursos para adquirir el billete. Todo el vagón, solidarizado, aceptaba de buen grado la complicidad, formando una barrera con piernas, mantas y paquetes para ocultarlo a los ojos del revisor. Las paradas  en las estaciones se aprovechaban para cumplir necesidades fisiológicas y para desentumecer los remos. Pronto aparecía el jefe de estación acompañado del lampista* y como poseído de ataques epilépticos agitaba la campanilla, a la vez que se desaforaba llamando: “¡viajeros al tren…!” Éstos, se rezagaban y acudían en tropel a última hora, abriéndose pasos a codazos y empellones.

“Apáñate como puedas la vestimenta y te echaremos una mano para alzarte hasta la ventanilla”, le gritaban a alguna pueblerina remisa* o despistada que aún estaba en el andén mirando las musarañas. Al fin se decidía a arremangarse las sayas haciendo un supremo esfuerzo por encaramarse al vagón, unas veces lo conseguía y  otras caía al andén envuelta en haldas* y refajos, que en ocasiones amortiguaban el golpe haciendo de paracaídas, con la consiguiente cuchufleta del público que terminaba por agarrarla a puñadas y meterla a fuerza de empujones por alguna abertura, mientras el tren jadeaba iniciando su marcha envuelto en una espesa y atufante humareda. Los adioses se hacían cada vez menos perceptibles y la estación recobraba su monotonía.


María Rius Zunón - La Gaveta. 7º relato. Pág. 37

 

 

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GLOSARIO DE TÉRMINOS EN DESUSO

* Birlibirloque (por arte de): Como por arte de magia.

 *Falsilla: Folio con rayas paralelas muy resaltadas que se ponía tras la hoja del papel de carta para que al transparentarse permitiese escribir con renglones rectos y paralelos entre sí.

 *Halda: Regazo o enfaldo de la saya. Cuando la mujer sentada tiene a un niño sentado o acunado sobre las piernas (sobre el halda).

 *Ingenioso aparato (el): Se refiere al despertador, que iba poco a poco conquistando los hogares a la vez que San Pascual Bailón iba cayendo poco a poco en el olvido.

 *Lampista: hojalatero, lamparero.

 *Matute (de): A escondidas, clandestinamente, sin pagar billete.

 *Remisa: persona apocada o indecisa a la hora de ejecutar algo.

 *Sereno: vigilante nocturno, que por entonces era un guardia municipal. En muchos pueblos, los serenos acostumbraban a “cantar las horas” con un tonillo igual al de otros lugares: “las doce y media y sereno”, dando así testimonio de que el cielo estaba raso y sin riesgo de lluvia, de ahí que se les conociese como los “serenos”, porque no hubiera quedado bien que les llamaran los nublados. Ignoro si en Tarancón cantaban las horas por las calles, ya que desde que se puso el reloj de la torre de la Iglesia, que daba las horas con tantas campanadas como la hora mandaba y sólo una campanada para las medias, se oían por todo el pueblo, que por entonces debía ser mucho más pequeño y con menos alturas.

                                                                                                                Pedro López Ocaña

 

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En Tarancón: Opinión y Cultura

17-11-2020


viernes, 6 de noviembre de 2020

 




PUEBLO DE LA MANCHA

No he seguido el orden de publicación de los relatos en LA GAVETA; es el segundo del libro que quizás debería debería haber sido el primero en publicar, porque los voy publicando según los voy leyendo, un poco a salto de mata, pero el de la Tía Coca me llamó mucho la atención por el vocabulario y la forma en que me sumergía en aquel tiempo pasado y puede que me deslumbrara. Un pueblo de la Mancha nos habla de Tarancón y del centro vital que entonces suponía la plaza de la Constitución y la calle, entonces, Principal, y hoy llamada Zapatería, como se la ha llamado desde hace mucho tiempo por el pueblo llano, aparte de otros nombres que han ido adjudicándole en los diferentes avatares políticos o para honrar algún paisano o político comarcal famosos.

     Es éste un artículo bello, no sólo por su estilo, sino porque nos remonta al Tarancón de una época pasada, quizás arrinconada por los recuerdos de la Guerra Civil del 36, que sucedería unos quince años después, o algún año más y su gran impacto en las gentes, hizo que interesase poco la vida cotidiana de aquella España pobre y atrasada, pero en la que la vida discurría con dignidad, aunque con mucha pobreza y un notable casticismo.

      Es una pena que María Rius no anotase la fecha en que escribió cada uno de sus relatos, o quizás lo hizo y no le dieron importancia a la hora de editarlos años después de su fallecimiento, pero nos hubieran acercado mucho más al tiempo concreto en que los escribió.

      Como iré haciendo en el resto de los relatos, añado al final un Glosario de las palabras que contienen que ya no se utilizan (que marco con un asterisco), y que los de mi edad sí reconoceréis muchas.

      Algunas, que yo conocía sólo de oídas sin saber exactamente su significado, las he podido encontrar en el diccionario de la Lengua Española para describirlas más correctamente, y otras sabía lo que significaban, pero tengo 70 años y creo que la mayoría de los jóvenes no las han oído, o sí, pero quizás muchos no sepan lo que significaban exactamente. Espero que os guste y os transporte a los años 20 y parte de los 30, como a mí.

 ― P.L.O

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II relatoPág. 15

      Las principales arterias nacían en la plaza de la Constitución; en ésta se encontraban los mejores establecimientos, casas acomodadas, el Ayuntamiento, el Juzgado y en los soportales, la ‘Delega’* y el ‘Fielato’*. Las tiendas exhibían sus muestrarios, más elocuentes que los carteles y anuncios, todo ello distribuido con ingenua arbitrariedad. Era atractivo y práctico el reclamo porque así no había confusiones ni titubeos a la hora de hacer las compras.

      El ramujo de olivo en la taberna de Perolo. Las abarcas* y colleras en la del guarnicionero, la bacía en la del barbero y los barriles de arenques* y las ristras de ajos en las puertas de los ultramarinos. Las banderillas y el cartel de toros en la carnecería del tío Luis, el cirujano; las gorras y el acordeón que exhibía el bazar de Collado. Las velas y coronas de latón para los difuntos en la cerería* de Bernabé. Alforjas y mantas en la pañería del Gallego y otras muchas más pintorescas y arbitrarias, pero nada tan sugestivo como el puesto de la tía Pajarilla. Una mesa de tijera llena de cucuruchos y montoncillos multicolores, ambigú* de moscas y paraíso de los chicos, siempre colocado en el sitio más estratégico para engatusarlos con sus chucherías y tentaciones. Allí se arremolinaba la infancia atraída por los nuégados*, torraos*, alajú, palo duz, cigarrillos de chocolate, bengalas, aleluyas*, gomas para los tiradores*, petardos y ‘melencinas’* que, al desinflarse, atronaban los oídos con sus estridentes pitos. Los días crudos de invierno allí estaba la tía Pajarilla, sentada en el taburete y arrebujada en su mantón felpudo.

      Para la primavera sacaba su toquilla de pelo de cabra y en el verano un jubón con un pañolillo anudado al cuello, dándole que le das al mosquero sin tregua, para espantar aquellos asquerosos clientes. Tenía además una tienda bien surtida que desempeñaban sus familiares, mientras ella se ocupaba del puesto, que no era ‘moco de pavo’, todo ello le proporcionaba una situación acomodada. En la calle principal estaba la botica de don Abelino, con sus tarros de pastillas de goma y una lombriz en un bocal* de cristal. Aquel repugnante gusano fue mi pesadilla durante mucho tiempo. La verdad, yo no veía la analogía que pudiera tener con el boticario, ni que allí estuviera colocada para atraer a la clientela, cuando más bien parecía que su misión era ahuyentarla. Una compañera de colegio me dijo, en secreto, que se llamaba ‘solitaria’ y que el boticario la criaba. A mí me daba un asco atroz cuando iba a comprar una porra de azúcar-cande* o ácido de limón*. Volvía la cabeza para no verla. También me horrorizaban aquellas cajitas de diferentes colores que parecían pequeños ataúdes de feto, disimulando bizcochos purgantes muy adornados con puntillas de papel. El boticario se esforzaba por aparecer amable y bonachón. De vez en cuando nos regalaba pastillas de goma, mientras cuchicheaba con las madres de calomelanos* y aceite de hígado de bacalao a troche y moche. Una vez lo sorprendí hablando de cantáridas* y sanguijuelas; yo no sabía el significado de aquellas palabras pero tan grande impresión tuve, que evitaba ir por la botica.

      En aquel pugilato que existía entre médicos y boticarios de: “¿a ver si lo aciertas?”, el boticario tenía fama de ser un experto paleógrafo*, pues no había receta que se le resistiera. Su mortero poseía la clave de aquellos jeroglíficos ilegibles con los polvos de talco, el bicarbonato y alguno que otro mejunje inocuo, ganaba la apuesta y remediaba al enfermo. Parecía imposible que las recetas de un médico muy respetable, que ni él mismo podía descifrar, fueran tan clarividentes para el boticario. Sólo una vez quedó perplejo al leer en una de ellas estas palabras de encantamiento: “Tres viajes a la Chirrina”, pero no dio su brazo a torcer. Consultados nomenclátor y tratados de botica, puso manos a la obra y entre su mancebo* y él compusieron una mixtura en menos de lo que canta un gallo. Pocos días después se tropezó con el médico y al enterarse de que el paciente había mejorado, se decidió a abordarle y le dijo: “Quisiera hacerle una pregunta confidencial, amigo mío, y le pido perdón, por este lapsus en mis conocimientos farmacéuticos: ¿Qué es la “Chirrina”?, le confieso que no he podido encontrarla en mi farmacopea y he debido sustituirla por otro inofensivo vehículo”. El médico se quedó de una pieza. Había cambiado la receta por la nota que debía entregar a su administrador, ordenándole que hiciera tres viajes de mies a una finca de su propiedad. Lo que no se llegó a saber nunca fue cómo le sentó a la Chirrina el mejunje que él había recetado. Aunque quejas parece que no las hubo.

      El boticario tenía patentados varios medicamentos. Entre ellos un ungüento maravilloso de insospechados resultados contra los sabañones. En él quiso inmortalizar el nombre de la mujer amada y lo llamó ‘Sabañonina Chelo’. Fue una revelación sorprendente. No es que desaparecieran los sabañones, no, era algo más asombroso. Al cabo de unas cuantas aplicaciones brotaba un hermoso mechón de pelo que disimulaba y hasta favorecía al sabañón, según el testimonio de uno que lo había experimentado. En vista de ello, cambió la etiqueta y decidió emplearlo contra la calvicie.

      Con el tiempo todo evoluciona, todo cambia. En la botica de don Abelino una mujer obró el milagro con la ayuda del permanganato y el azul de metileno. En vísperas de su boda aparecieron en el escaparate dos rutilantes globos de cristal exhibiendo un líquido azulado el uno, y rojizo en el otro. Desde entonces, no se volvió a ver más el bocal* con la repugnante lombriz.

La Gaveta

 

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GLOSARIO DE TÉRMINOS EN DESUSO

*Abarcas: en Tarancón se les llamaba más popularmente ‘albarcas’. Eran unas sandalias muy resistentes y seguramente incómodas, confeccionadas sus suelas con la goma gruesa de los neumáticos de los coches y con correas de cuero o goma negras para sujetar la suela al pie. Se empleaban sólo en las faenas agrícolas, sobre todo en verano.

*Ácido de limón: Ácido Cítrico cristalizado. En mi infancia lo comprábamos en la droguería de Jarabo, anexa a la farmacia del mismo nombre. Lo vendían en terrones que chupábamos con fruición. Producía profundas llagas en la lengua e interior de los labios, pero curaban pronto y no nos importaba repetir.

*Aleluyas: Cada una de las estampas que forman serie, se vendían juntas o sueltas y solían relatar alguna historia religiosa en pareados.

*Ambigú: Una especie de bufé en el que se ofrecen apetitosos platos a los comensales.

*Arenque: Sardina en salazón. En Tarancón ‘sardinas salás’. Se presentaban en los establecimientos de comestibles en grandes cajas redondas hechas con delgadas tablillas de madera. Las sardinas se colocaban siguiendo el círculo con las cabezas perpendiculares hacia la pared y las colas hacia el centro. Eran muy socorridas, pues la alta salinidad impedía que se echasen a perder. Nunca me gustaron, sobre todo su olor.

*Azúcar cande: Azúcar en cristales grandes, obtenido por un proceso de cristalización muy lento, cuyo color varía desde el blanco transparente y amarillo, al pardo oscuro por agregación de melaza o sustancias colorantes.

* Bacía: Vasija cóncava que por lo general tenía una escotadura cóncava en el borde y se utilizaba para, una vez ceñida al cuello y bajo la barbilla,  no mojar al cliente mientras se le afeitaba, pero la sujetaba el propio cliente mientras era afeitado.

*Calomelanos: Cloruro de mercurio que se empleaba como purgante, y contra la sífilis.

*Cantárida: Insecto coleóptero, que alcanza de 15 a 20 mm de largo, de color verde oscuro brillante y que se emplea en medicina como irritante. También se llaman así las ampollas y llagas que este insecto produce sobre la piel.

*Cerería: Fábrica de velas y otros objetos de cera, como los exvotos (ofrendas) que se hacían a la Virgen de Riánsares para conseguir su ayuda en la curación de un familiar cercano, la mayoría eran brazos, manos, piernas, etc. fabricados en cera y que colgaban arracimados en las paredes de la Ermita de Riánsares.

*Delega: Cuarto situada a la entrada en la puerta de la izquierda, que era el cuerpo de guardia de los ‘Serenos’ (policías municipales), según me informa y corrige mi amigo Tomás Priego, que conocía muy bien la Casa Consistorial. Los Serenos compartían ese espacio con la oficina de cobro del Fielato. Puede que fuese una delegación para cobrarlo en esta zona, lo que podría explicar el nombre abreviado de ‘Delega’.

*Fielato: Oficina a la entrada de las poblaciones en la cual se pagaban los derechos de consumo.

*Mancebo: Joven empleado auxiliar de farmacia.

*Melencina: Vejiga de la orina de los cerdos. En las matanzas, una vez extraída y lavada, se hinchaba de aire, se ataba con una tramilla y se nos daba a los críos para que jugásemos con ella a modo de balón. Acababa reventada a patadas.

*Nuégados: Dulce típico de Tarancón, sobre todo en la festividad de San Antón, patrón de los animales, (especialmente los de labranza), ya desaparecida y con ella aquel rico dulce, elaborado con miel y cañamones sobre una torta horneada.

*Paleógrafo: Especialista en Paleografía (Ciencia de la escritura y de los signos de documentos antiguos).

*Tirador: Arma de bolsillo para niños y mozalbetes que se construía con una horquilla de olivo y dos tiras de goma de rueda de coche y una ‘badana de cuero blando, que permitía arrojar cantos rodados (‘perolas’) a considerable distancia. Hoy el nombre se ha perdido y se le conoce con el cursi madrileñismo “Tirachinas”, pero es que las chinas son como diez veces más pequeñas que las perolas, como prueba, la facilidad con que se meten en el zapato.

*Torraos: Garbanzos tostados.

 

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 NOTA PERSONAL: El estilo de María Rius me recuerda en algunos párrafos al de Gabriel García Márquez en su novela Cien Años de Soledad (Realismo Mágico), aunque se reivindica como la primera novela de este estilo a ‘El Bosque animado’, de Wenceslao Fernández Flórez, escrita en 1934. La Gaveta se escribió por María Rius, posiblemente entre los años 1925 a 1940 y es posible que los relatos, aunque breves, se escribieran a lo largo de varios años.

P. López Ocaña

 





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En Tarancón: Opinión y Cultura

6-11-2020

 

 



Caminando

          Este es el primer relato de los 24 que componen el libro de María Rius. Viene a ser como una presentación o un compendio-resumen de lo que pretendía escribir, con cierto toque de nostalgia adelantada que expresará de forma explícita en el relato VII “El tren churrero”, pues es posible que ya le rondase la idea de conocer otros lugares diferentes a el Tarancón que ella tanto amaba, pero que para su espíritu inquieto y observador, se le quedaba corto, pequeño y aislado de un universo que se le antojaba lleno de posibilidades y aventuras.

«Nota: las palabras que tiene un asterisco están explicadas en el glosario del final de este relato.»

 

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        Caminando

 

TRAJINANTE*, cuando vayas a hacer tus tratos, trapicheos* y cambalaches por esos pueblos de la Mancha, forzosamente pasarás por el mío; porque es el camino que a todas partes conduce. A través de los siglos fueron dejando sus huellas: romanos, fenicios, sarracenos, personajes ilustres de las armas y de las letras, guerrilleros, cabecillas, milicianos y clérigos que se encontraban en los caminos y en los figones* con muleteros, castradores* de colmenas, tratantes y  trasegadores de mostos, feriantes y titiriteros. Si vas a apagar tu sed en las tabernas o esperas en las cocinas de las posadas que estén a punto las gachas, el cochifrito, los zarajos y el gazpacho, presta oído a todo lo que digan, por muy insignificante que te parezca, y dime, cuando vuelvas, todo lo que hayas visto y escuchado. Tú no puedes comprender, pero todo lo que me cuentes me interesará.

¿Has visto si la veleta del palacio de los Duques sigue dando vueltas, o la herrumbre la dejó apuntando hacia el poniente, como el día que yo me marché del pueblo? Tal vez no cante ya por las noches el ruiseñor de la Huerta de los Hilos, ni hayas visto a un labriego medio bufón y medio juglar, improvisando versos como aquel que decía:

Pastor que vas al aprisco,

--¿Has visto a mi burra torda*

Cargada de toro bizco?

--No señor, no la he visto.

Y el pastorcillo brincando

Y las ovejas alrededor…

--¡Me cisco* en el pastorcillo de Dios!

Dime si todavía sigue abriendo paso en las fiestas, dando cabriolas sobre su caballo moro, el tío Luis, el cirujano; si huele a pan caliente en los callejones donde se amontonaban las gavillas de carrasca delante de las puertas de los hornos. Si has oído hablar de la casilla de la Martina, de la plazuela de los Castellanos, de la cueva de la Danzanta, de la Hontanilla, del nicho que coronaba el arco de la Malena; si en el hotel de la Quinita sigue el espíritu de Quinito Valverde* tecleando el ‘Pobre Valbuena’, ‘El terrible Pérez’, ‘La marcha de Cádiz’… La estancia de este compositor en el pueblo fomentó la melomanía de muchas señoritas, sobresaliendo la Melera que deleitaba con los acordes que escapaban por el balcón de las noches de verano; tal vez huyendo de una madre machacona que obligaba a su hija a tocar constantemente ‘La Traviata’, parangonando con aquella de ‘Toca ese vals Pepita’. También había un caballero, Medallita, que presumía de virtuoso, aunque jamás acertó a poner una nota en su sitio. Sus dedos, temblorosos y obcecados, revolvían las teclas al azar, como si se tratara del bombo de la lotería. El resultado era una infernal algarabía que acababa con la paciencia de todo el vecindario. No dudo que te habrás solazado con el donaire de la Sanfasona, bailando jotas y  seguidillas manchegas. Sí, en aquella que se puso delante del coche de Alfonso XIII cuando él iba camino de Saelices a visitar a su tía la Infanta Paz y le gritó enardecida: “¡Viva la madre que te parió!” Al rey le hizo gracia. Paró el coche para tenderle la mano, que ella besuqueó con arrebato. Desde entonces se jactaba, descaradamente, de haber besado “al Rey de las Españas”.

Yo escuché al ruiseñor de la Huerta de los Hilos y ‘La Traviata’, corrí detrás del caballo moro del cirujano, jugué con el borbollón de la Hontanilla, husmeé por los hornos cuando se hacía el pan casero. Pelé la pava* en el banquillo rústico hincado en el huertecito de la casilla de la Martina*, donde iba también el clero a descansar y refrigerarse, después de su paseo por los Asientos del Juez. Desde allí veíamos pasar el tren de las cinco de la tarde. Con él soñábamos todas las jóvenes; era la incógnita, la aventura y la esperanza; el que rompía la monotonía de las horas, con gentes forasteras.  Tal vez el príncipe azul, caballero de ‘La sonatina’ de Rubén Darío, que luego se trocaba en el ambulante de correos, el interventor de ferrocarriles o un viajante de comercio. Algunas vieron cumplidas sus esperanzas; otras las dejaron prendidas en las acacias de las acacias de la casilla del guardavías*, pero el tren seguía pasando, impertérrito, a las cinco de la tarde y algún pañuelo quedaba suspendido en el aire.

La Gaveta. I Relato. Pág. 11

 

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Glosario de términos en desuso

 

*Casilla de la Martina. Era una de las tres casillas que había en los tres pasos a nivel de la vía del ferrocarril que hay en Tarancón, donde vivía el ‘guardavías’ o ‘guardabarreras con sus familia. Estaban dotadas de un terreno para huerta y árboles de sombra y seguramente un pozo, pues por entonces no había todavía agua corriente en el pueblo. La de La Martina, puede que fuera la que estaba en el cruce de la vía del ferrocarril con la carretera Toledana, hoy avenida Pablo Iglesias. Hace algunos años se derribó. Se transformó es un diminuto parque que aún conserva árboles de cuando se construyó, porque ya no hay guardabarreras ni casillas, las barreras son accionadas desde la propia estación.

*Castrar colmenas: Cosechar la miel de las colmenas. Quitar la sobrante para transportar las colmenas a otra ubicación. Se hace para evitar daños a la colmena y la muerte de muchas abejas por ahogamiento en la miel que se derramaría en su interior durante el viaje a otro emplazamiento.

*Figón: Fonda o taberna de poca categoría.

*Me cisco en: Forma fina y educada de decir “me cagüen…” y lo que siga...

*Pelar la Pava: Arrumacos de enamorados en algún lugar discreto que a ello se preste.

*Joaquín Valverde: era un compositor de zarzuelas y canciones famoso en España y en Hispano América. Se le conocía como “Quinito Valverde”. Construyó en Tarancón, cerca de la estación del ferrocarril, un hotel para su esposa Carmen Pérez, apodada en Tarancón como “La Quinita”, nombre con el que también se bautizó popularmente al hotel. Se derribó hace años para edificar en su lugar un grupo escolar y la Casa de la Cultura tras haber pasado por escuela pública y también como cuartel de la Guardia Civil.

*Tordo o torda: Se dice de las caballerías y otros animales que tienen el pelo mezclado de negro y blanco.

*Trajinante: persona que va de un lado a otro con cualquier actividad.

* Trapicheos: Ingeniarse, buscar trazas, no siempre lícitas, para el logro de algún objeto. Según la R.A.E.

 

 

 

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En Tarancón: Opinión y Cultura

Pedro López Ocaña

TARANCÓN

5-11-2020