sábado, 8 de octubre de 2016

RINCON LITERARIO: RECUERDOS DE AÑOS HA



EL GALLO PELEÓN
Y EL CABALLERO VENGADOR
(Una historia tan real como la vida misma)




      Tras la vuelta a casa y a la vida normal de un niño tras cuatro años de ausencia, no fui al colegio hasta septiembre, tres meses después de cumplir los siete años, tras un emocionante verano jugando a los juegos que podía permitirme y matando cardos con una preciosa espada de madera, con filo y todo, que me hizo un tipógrafo y maquinista de la imprenta de mi padre, Juan Espada, que sabía mucho de carpintería... El juego consistía en atacar toda la cuadrilla de la calle Nueva y de la Plaza del Jesús, espadas en ristre las formaciones de cardos cabezones de las grandes cardenchas de los descampados próximos al pueblo; imaginábamos que eran un ejército de enemigos armados de largas púas venenosas, y los decapitábamos sin contemplaciones imaginando un combate heroico. Luego, terminada la batalla, contemplábamos satisfechos aquel ejército derrotado de enemigos sin cabeza, convencidos de que sin duda merecíamos una medalla al valor.

      Recuerdo también, con cierta vergüenza, mi pelea con el gallo "jefe" del corral de mi casa, muy agresivo, celoso guardián de su territorio y su harén de lustrosas gallinas. Un día atacó a "mi" hermana pequeña, y yo consideré que debía vengar aquella afrenta. Mi siempre comprensivo amigo, Julián Martínez "El Goloso", entonces ayudante de tipografía, me hizo un precioso escudo de cartón, y armado con la espada, mi maravillosa espada vencedora en cien combates, cual caballero andante, marché a enfrentarme con el temido gallo. Entré al corral y avancé hacia él, que desafiante, estiraba el cuello para estudiarme mirándome, alternativamente con cada uno de sus ojos, y ahuecaba sus plumas, mientras avanzaba cauteloso y arrogante hacia mí, en semicírculos que se iban cerrando mientras emitía sonoros, cortos y estridentes cacareos para acobardarme. De repente, avanzó rápido, en línea recta y se lanzó con estrépito sobre mí con las uñas y espolones por delante. Lo paré con mi escudo, pero di un paso atrás y tropecé con el comedero de las gallinas, quedando tendido de espaldas sobre el sucio suelo cubierto de paja y gallinazas (cacas de gallina). Aún así, derribado, levanté mi espada y tapé mi pecho con el escudo, decidido a luchar hasta la victoria o la muerte lanzando desordenados mandobles que nunca alcanzaron al bicho; pero el maldito gallo, satisfecho, había retrocedido y se paseaba orgulloso frente a mí entonando insultantes cantos de victoria… Comprendí, a mi pesar, que el combate había terminado y el gallo me había vencido… Humillado y dolido, abandoné su territorio, convencido de que aquella mala bestia no lucharía más, pues estaba claro que nada sabía de honor y se daba por satisfecho viéndome en el suelo y humillado. Me levanté y abadoné el corral con la cabeza gacha, triste y abatido.

      El gallo siguió siendo agresivo con todo el que osase invadir su territorio y mi padre, justiciero, lo condenaría a la cazuela y yo saboreé sus caldos en la mesa familiar… Triste consuelo, porque yo había sufrido mi primera derrota y luego…, a lo largo de mi vida sufriría otras muchas y la imagen del aquel gallo victorioso volvería a mi mente una y otra vez.


Pedro López Ocaña, 2016

(De mi colección de recuerdos
y vivencias personales)



No hay comentarios:

Publicar un comentario